Tu Nombre_

Hola Lara:

De todos los lugares donde usualmente me siento a escribir este es bastante raro para mí. Te platico: Son las 7:03 am y está amaneciendo en Pluma Hidalgo en donde venimos a hacer Glamping. Dormimos en una casa de campaña con el sonido de cigarras, chicharras, grillos y otros animales que no sé como se llaman. También cerca de nuestra tienda de campaña hay un gallo borracho que desde la una de la mañana nos lleva anunciando el nuevo día. Parece que aquí la gente y los animales se despiertan muy temprano o tienen una noción diferente del tiempo.

Estoy sentado frente a las montañas, sin señal de internet y 70% de pila en mi laptop. Ustedes duermen por unos minutos más y yo decidí acomodarme con esta vista a escribir tu carta de cumpleaños que es mañana. Ahora entiendo por qué a pesar de llevar algunas semanas guardando notas para esta primer carta que te escribo en tu vida, en estos últimos días no me daban esas ganas de siempre de sentarme a escribir: Parece que este momento poético estaba esperándome. O tal vez no. Aunque esto poco importa, salvo que tener estas montañas enfrente sí agregan a estas palabras una dimensión adicional a este claro y fresco amanecer.

 
 

Realmente esta no es la primer carta que te escribo. Te escribí una carta a los pocos días que naciste y tenía la intención de leértela en fuerte aquella mañana del 2 de enero, cuando todos tus familiares cercanos vinieron a festejarte al templo donde te pusimos tu nombre y después al restaurante donde tuvimos un brunch. Pero yo no estaba de humor para hablar en fuerte. Primero porque llevaba meses con un tema de trabajo que me tenía medio deprimido y muy nervioso por el futuro. (Aunque hoy estoy más que agradecido con esa situación, sigo creyendo que el reflujo que tuviste el primer año de vida lo causé yo por el estrés que traje a la casa los últimos 2 trimestres  del embarazo). Aunque tal vez no. Porque muchos bebés traen reflujo cuando nacen, aunque también muchos bebés nacen en momentos donde hay estrés en las familias. Pero nunca nada se debe a una sola causa. 

La segunda razón es que ese día me puse de mal humor por otro incidente adicional. Cuando fuimos a ponerte el nombre mis padres querían que, siguiendo una tradición comunitaria, te pusiéramos el nombre de tu abuela. Tradición que ya habíamos decidido cambiar desde tus dos hermanas mayores, pero la tensión con mis padres que llevaba ya unos años cocinándose explotó un poco esa mañana. Como casi siempre explotan esas peleas en los momentos donde parecería que es lo más inapropiado, pero justo por eso es ahí cuando revientan.

Quiero que sepas que yo estoy muy a favor de esa tradición. Me gusta que el nombre del hijo o la hija dependan de sus abuelos y a veces de sus bisabuelos. Pero también me gusta pensar que cada quien es el autor de su nombre y tengo un par de amigos cercanos que en su adultez decidieron cambiarse el nombre. Como Jaime que se agregó una K al Cohen; o como mi amigo Nirdosh, que dejó de usar el Jonathan y se puso un nombre que él, o tal vez algún maestro que él eligió, le dio. (Aunque su mamá le sigue llamando Jonathan, o al menos eso creo porque así se refirió a él cuando me la encontré en un evento hace unos meses). 

El nombre lo escogen tus papás, pero me gustaría pensar que cada uno de nosotros tiene la opción de cambiárselo si quiere. No con el fin de repudiar a la familia, no con el fin de cambiar la tradición, pero sí de tener la opción de no tener que seguirla sin cuestionarse, sin preguntarse qué nombre quiere uno cargar o enaltecer en su vida. Conozco mucha gente que hubiera preferido nombrar de manera diferente a sus hijos, pero por “respeto a tus papás”, o la mayoría de las veces, a los suegros, prefieren evitar esa conversación, porque en algunas familias esto podría llegar a mucho más que una conversación.  

Cuando empecé a guardar notas en mi celular para esta carta, había una primer nota que me dio mucho miedo escribir y decía que, por alguna razón, el nivel de amor que sentía por ti era diferente al amor que sentía por tus hermanas. O tal vez no era un tema de amor, sino del tipo de relación que tenía con cada una de ellas, a diferencia de la que tengo contigo.

Pero esa nota me aportó mucho estos días en mis reflexiones, porque legitimó un pensamiento que ahora siento que tal vez muchos padres tienen al menos alguna vez – ese de tener miedo de querer más a un hijo que a otro- y que justo porque me permito tener (y escribir ese pensamiento) me di cuenta que era todo lo contrario. Lo que pasa es que tú y yo nos llevamos conociendo menos tiempo. Además de que qué bueno que nuestra relación sea diferente, porque tú eres diferente y no tendríamos por qué tener la misma relación que con otras personas. 

Porque otra creencia cultural con la que crecemos es que el amor se puede cuantificar, se puede comparar, medir, jerarquizar o fincar (como dicen aquí en la finca cafetalera en donde estamos). El amor no tiene medida y pensar que queremos más o menos a uno de nuestros hijos genera más problemas de los que podemos imaginar. Noté estos días cómo en las familias nos ponemos todo el tiempo a comparar entre hermanos y hasta preguntamos: “¿Cual es tu hijo favorito?” “¿Cual es tu consentida?” y con una mirada cómplice y algo culpable agregamos: “SIEMPRE hay un consentido”, y todos ríen en el nerviosismo de no saber si eso es o no verdad. O posible. 

A veces estos temas están en las mesas familiares donde todos escuchan y todos saben quién es el favorito de papá y la consentida de mamá, o de la abuela. Todos aceptamos quién es el primogénito que tiene que seguir los pasos de papá o la personalidad de papá y, cómo a veces, humorísticamente pero muy real, hay una discriminación hacia las niñas que nacen en la familia. Al menos en nuestra comunidad repetimos dichos y palabras en las que los varones traen un poco mas de mérito y que darán continuidad al apellido (y en muchos casos al negocio familiar, que a veces es más importante que el apellido). O tal vez no mérito, pero las familias se sienten “incompletas” si no les llega el varón. 

No tengo ni poca duda de que estas normas sociales que se han pasado de generación en generación nos han ayudado a ordenarnos como sociedad y como sistema productivo. Estas leyes y normas vienen desde las antiguas tribus y le han dado a cada varón y a cada niña su rol dentro del colectivo. También los roles a cada primogénito y a cada segundo, tercer y cuarto hijo. Y todo funciona muy bien hasta que con un poco de reflexión nos damos cuenta de que los privilegios o las cargas que nos tocaron llevar son así por simple aleatoriedad. Y tal vez es ahí, cuando entre hermanos quedamos arriba o abajo, que se plantan las primeras semillas psicológicas para empezar a separar todo en el mundo entre buenos y malos, merecedores y no merecedores, los inteligentes y tontos, los valiosos y los deplorables.

Como en una de tus películas favoritas, en la que todos sabemos que Scar es el malo y no le damos dos vueltas al asunto. De forma natural, instintiva, sabemos que ÉL es el malo. Porque tiene la quijada salida, porque tiene el pelo negro, porque tiene los ojos más rasgados. Porque lanzó a su hermano por el acantilado y trató de matar a su sobrino, el heredero al trono. Y claro que Scar es el malo y esos actos son repudiables, pero tal vez pocos nos hemos puesto a pensar, y más peligrosamente los niños que ven y aceptan esta realidad junto con la de todas las demás películas de niños, que Scar se hizo malo por el simple hecho de no haber sido el mayor. ¿Por qué Scar no ha de sentir envidia por su hermano? ¿Por qué no ha de sentir la injusticia de quedarse atrás solo por no haber nacido primero? ¿Por qué no ha de sentirse solo y aliarse con las hienas que también por ser feas y locuaces las exiliaron del reino? 

Pareciera que las normas humanas aplicadas al reino animal, les hacen tener problemas humanos. ¿Cómo escribirían los animales sus películas para tener roles tan precisos y mostrar que las verdaderas leyes de la selva son mucho más inteligentes que lo que los humanos pueden llegar a crear? 

Las narrativas de la vida, y por lo tanto la vida misma, es más fácil (o al menos más comprensible y ordenada) cuando separamos todo entre buenos y malos, morales y amorales, locales y extranjeros. Pero estas construcciones milenarias no deben de dejar de ser cuestionadas. Si las personas heridas son las que terminan hiriendo a los demás, y muchas de estas heridas se dan por las convenciones sociales del hombre incluyendo las jerarquizaciones dentro de las familias y comunidades, entonces los nombres o etiquetas que heredamos deben de seguir viendo al pasado sin olvidar que el futuro no puede ser una mera continuación incuestionada de lo que ha “funcionado” (para algunos) por milenios. 

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En fin, no quiero salirme del tema. Pero es curioso que ver -y sentir- que las montañas (y los animales antropomorfos de las películas) son un espejo tan claro para denotar las cosas en las que a veces metemos la pata y que ellas, que estaban mucho antes que nosotros y que estarán mucho después, nunca lanzan su opinión de manera directa y acusatoria, como lo estoy haciendo yo en estos momentos. 

Mejor te hablo de algunas cosas que me gustan de ti.

Te escucho hablar y recitar los días de la semana: lunes martes miércoles... Te vas aprendiendo los nombres de las cosas y con nemotecnias incomprensibles aprendes nuevas cosas a cada segundo. Sigo sin entender cómo sin intervención de los padres, de mí, aprenderás a hablar y a utilizar las sutilizas y complejidades del lenguaje. Y particularmente contigo me ha llamado la atención tu manejo de las groserías y los insultos. No solo te sabes más que la niña promedio de 3 años, sino que sabes elegir perfectamente el tono y la grosería según la situación en la que te encuentras. Si vas a usar un ¡Pinche! ¡Cabrón! para denotar tu enojo o decepción, o un ¡Pinche Cabrón! para defenderte de alguien y mostrar también tu poderío. Porque, tú me enseñaste, las groserías pueden servir cuando nuestro tamaño o fuerza física no son suficientes, como nos sucede a todos en muchos momentos a lo largo de la vida. 

También me encanta como te gusta estar sola. Sabes platicar contigo misma y no necesitas la atención de nadie más. Desde los dos años te vistes sola, vas al baño sola y te vas con todos porque estás cómoda en tu propia piel. Simple, segura, divertida y humilde. Y cuando por fin compartes con los demás lo haces con suavidad. Y te das cuenta de que no es tanto un tema de tratar de tener la atención de los otros, sino la atención de ti misma. Y eso está increíble. Porque la única persona de la que necesitas atención en tu vida es la tuya. Esa es la base para el éxito, como sea que lo llegues a definir. Porque esa atención a ti misma es una constante que hará el viaje mucho más hermoso y vital. Y yo seré un buen testigo de ello, aunque siempre, también, voy a buscar tu atención. Como ahora.     

Y en cuanto a cómo definir el éxito, esta será una buena palabra para que le vayas dando la forma que quieres. Si la defines como tener mucho dinero, mucho tiempo, el mejor cuerpo. Si es un tema de tener la mayor cantidad de amigos o tal vez la menor cantidad de ellos. O followers en Instagram, o como sea que se llame la nueva red social cuando cumplas 11.  Si el éxito será para ti un sentido de tranquilidad, o de pertenencia, o de estar conectada con un todo.  O simplemente en como es tu relación con la muerte y qué tan lista estás para aceptar todas las condiciones que nos permiten estar vivos. Y que tan lista estás para entender que éstas condiciones incluyen, muchas veces, no siempre, el hecho de que la muerte viene sin anunciarse. No sólo la muerte de alguien sino la muerte de una relación, o la muerte de un plan para el futuro.

Y pensarás que soy macabro por hablar de la muerte en una carta para una niña que está cumpliendo tres años. Y tal ves sí, pero también son ganas de normalizar la muerte. Porque nosotros somos muerte, aunque hayamos aprendido a hablar, pensar y sentir poco de ella. Porque la muerte, o, dicho de otra manera, la no-vida, continuamente hace de nosotros quien somos. 

Y si no va por ahí o esta interpretación no te gusta, al menos hablar de ella me une contigo, así como a ti te une con tus ancestros y las posibilidades de tu futuro. Si. Hablar de la muerte -aún cuando eres una niña que a veces se le escapa un calzón sucio, o que aún no tiene dinero para seguir alimentando su adicción por las galletas Salmas-, es un tema que nos ayuda a conocernos y a crearnos. Porque hace tan solo 3 años tú estabas en ese lugar de la No-Vida, o la Pre-Vida, que tal vez se parece mucho a ese lugar de la Post-Vida. Y hay mucha sabiduría en ponernos a pensar que es lo que hay detrás de esos velos que nos separan de esos mundos, como lo que hay detrás de estas montañas.

Querida Lara, eres mi pequeña princesa. Mi perro blanco. Mi amor. Y el amor de ti misma.  Adoro tus ojos redondos, adoro como acaricias a los animales y los tratas como iguales, como siempre estás descalza y como te tomas tu jarabe sin quejarte. Adoro tu tono de voz y como pronuncias ciertas palabras cuya entonación y pausas bizarras cambiarán muy pronto y solo recordaré esa armonía como una lejana canción de cuna que se queda grabada en nuestro inconsciente pero que es difícil que volvamos a oír: Gracias por dejar ese dulce grabado en mi inconsciente.

El sol me empieza a calentar y es probable que ya estén por despertarse. Se antoja compartir un café, que parece ser que algún día fue rankeado como uno de los 10 mejores del mundo (otra convención social de jerarquización), y ver qué aventuras nos trae este día nuevo. Y este año nuevo para ti, que con otro amanecer majestuoso se presenta embarazado de significado, listo para calentar las colinas que suben y las que bajan, para darnos aire, agua, tierra y fuego, para continuar celebrando gracias a ellos esta vida de unión, de palabras, de sueños; y sobretodo, de la tenue, silenciosa, pero muy segura convicción de saber todo lo que te amo y que con eso ya me diste a mí el mejor regalo en tu cumpleaños. 

Montañas. Nombres. Etiquetas. Salmas. No-Vida. Vida. Todo está aquí.
Feliz nacimiento (tres años después) y feliz cumpleaños hoy.

Por cierto. Tu nombre lo pusimos porque nos gustó el sonido de la L antes que la A antes que la R antes que la A. No conocemos a ninguna LARA por la cual te hayamos puesto ese nombre. Queremos que tú llenes este nombre con tu significado. Y si algún día te interesa cambiarlo o ponerte más nombres, yo feliz de llamarte como tú decidas. 

Victor Saadia