Nueve años y medio de duelo_
“David se fue”
Así sollozó tu padre mientras abría la puerta que separaba la sala de espera de la sala de urgencias del hospital. Nos anunciaba la muerte de su hijo.
Cada persona que estaba en esa sala narraría una versión diferente de esos momentos de eternidad. Para algunos esa sala estaba llena de silencio. Para otros era puro ruido. Para otros, pura oscuridad. Los ojos abiertos que no podían ver. Los oídos que no podían escuchar.
Recuerdo que pocos instantes, u horas tal vez, antes del anuncio de tu padre, a tu mamá sentada en la silla de espera moviendo su cuerpo para adelante y para atrás sin parar. Balbuceaba, gritaba, chillaba, rezaba. Yo no tuve la fortaleza de irme a sentar a su lado. Ni de abrazarla.
Recuerdo que pocos instantes, u horas tal vez, después del anuncio de tu padre, que me acerqué a tu hermana y empecé a darle una explicación de porque te habías morido.
Por suerte me callé. Por suerte la profundidad de mi desconcierto trajo suficiente arena a mi boca y me hizo callar.
Dicen que es mejor haber amado y perdido, que no haber amado nunca. Y por supuesto, tienen razón. Pero más que eso: la pérdida es amor. LOSS IS LOVE.
Cuando íbamos camino a tu entierro unas horas, o tal vez días después, yo iba solo en mi coche y escuchaba sin parar un poema de Rumi.
All day I think about it, then at night I say it.
Where did I come from, and what am I supposed to be doing?
I have no idea.
My soul is from elsewhere, I'm sure of that,
and I intend to end up there.
No tengo idea.
Te enterramos en una hermosa colina, mientras caía el sol hermosamente sobre las caras del firmamento y sobre la tierra que no te dejaría ver más, más atardeceres.
El sol iluminaba oblicuamente nuestras lágrimas borrachas, iluminaba las voces que se atrevían a decir Kaddish, iluminaba el silencio que por suerte se colaba en los millones de abrazos en los que institintavamente nos aventamos.
Unos días después, o tal vez minutos, mientras todos guardábamos silencio hablando en la shive, tu hermana gritaba desde el cuarto. Gritaba. Gritaba. AAAAAAAAHHHAH. Ese grito que ella nunca creyó posible que saliera desde la garganta de su corazón.
Gritaba vocales. Gritaba desgarro. Gritaba su última esperanza de que alguna vez la pudieras volver a escuchar.
En la madrugada se abrió el elevador y habían risas y gritos. En nuestro sueño, corrimos todos a recibirte, pero eran solo unos chavos borrachos que volvían de su fiesta y nos confirmaban que estábamos despiertos y tú no estabas ahí. Tal vez corrimos al elevador para que la muerte nos llevara también al siguiente piso.
Una de esas mañanas, desperté con una erección y me masturbé en menos de 10 segundos. Fue algo automático e instintivo. Porque en ese momento estaba medio dormido y medio muerto. Tal vez solo mi sistema tenía que sentir algo para aferrarse a la vida.
No se pueden juzgar las acciones de alguien en duelo.
Como la señora que perdió a su recién nacido y culpó a su ginecóloga por ello.
Le tienes que aventar tu dolor a algo, alguien tiene que ser culpable.
Por que no cabe en nuestra cabeza que la vida sea tan injusta. Por que no cabe en nuestro corazón que la vida sea tan dolorosa.
En el poema del coche, Rumi dice que esta borrachera
empezó en alguna otra taberna y solo cuando regresemos a ella recobraremos nuestra sobriedad. Mientras tanto, somos como pájaros de otro continente, sentados en este aviario y cuando el sol sale, nosotros salimos volando.
Los meses que siguieron a esa bella tarde del 4 de abril fueron meses de estar parados en la cocina viendo como se cocinaba la pasta, viendo a mi esposa cocinarla, viendo el tráfico pasar, cortándonos las uñas, sonriendo por respeto. La valentía de celebrar la boda de tu hermana no vino de nosotros sino de ti. La fiesta que disfrutamos, y la borrachera de la que no nos acordamos, fue contigo.
Te escribí algunos poemas que nunca saqué de mi celular. Eran poemas para atreverme a hablarle a un muerto. Y como con todos los poemas, siempre se quedarán entre la muerte y el que escribe.
¿Quién tiene ganas de poesía, David?
Hace pocos días fuimos al Suntory a celebrar el cumpleaños de tu hermana. Estábamos todos y tu papá dijo: “solo falta David”. Yo me imaginé que pedías tus espárragos con carne y luego tu rib-eye, y que no pediste postre porque Mario, tu mejor amigo, acaba de tener una bebé y te fuiste al hospital a estar con ellos.
Después nos vemos en la casa. En tu cuarto que ahora es el cuarto de las niñas. El cuarto más caliente de la casa. Donde la luz oblicua del sol cae en los sillones coloridos e iluminan a las niñas que hacen arte y juegan a la cocina, como tú jugabas con tus coches miniatura.
Y yo extraño ver a tu madre abrazarte. Porque te abraza con todo su ser. Como un ser que adora con todo su ser a su hijo. A su Rey David. El Rey David que está en todos nuestros cumpleaños, menos el suyo.
Extraño, como si algún día lo tuve, el abrazo que no me diste cuando te conté que me iba a convertir en padre y que tú te convertías en tío.
Extraño tus sacos y extraño los pañuelos que les ponías. Tus perfumes. Tu incipiente bigote y el bigote que se te quedaba después de tomar tu vaso de leche.
El último mensaje que tu hermana te mandó era para decirte que te había comprado maíz inflado y te lo quería dar. No sé donde quedó ese maíz. No sé donde quedó ese mensaje.
¿Quién está hablando ahora con estas letras? ¿Quién dice estas palabras con mi boca? ¿Quién está viendo con mis ojos? ¿Qué es el alma?
No puedo dejar de preguntarlo.
Si pudiera probar al menos un sorbo de respuesta, me podría liberar de esta cárcel de borrachos.
Yo no vine aquí por mi propia voluntad. El que aquí me haya traído, me tendrá que llevar también.
Ya son nueve años y medio de estar temblando en pérdida y amor.
Nueve años y medio de duelo.
La verdad pequeña tiene palabras claras. La gran verdad es un gran silencio.