Lentejas_
Jacob era un niño inteligente. Aprovechó la primera oportunidad que tuvo y le cambió a su hermano la progenitura por un vil plato de lentejas.
Tal vez Esáv no era realmente un primogénito: ¿Qué primogénito hubiera regalado ese logro tan preciado de haber nacido primero?
Así que Jacob obtuvo la bendición del padre.
“Que Dios te conceda el rocío del cielo y la fertilidad de la tierra; Que las naciones te sirvan y los pueblos se inclinen ante ti. Sé señor de tus hermanos, y que los hijos de tu madre se inclinen ante ti. Malditos sean los que te maldigan y benditos los que te bendigan.” Génesis 27:28.
Pues sí. Todo primogénito se siente bendecido y elegido. Yo me siento bendecido y elegido.
Pero un día de 2024 mi terapeuta me invitó a decir en voz alta: “Soy el segundo”.
Se me abrió el rocío del cielo.
¿Cuánta carga he cargado sin saber que era una carga y sin saber que era una opción cargarla?
Tengo 38 años, 39 si cuento el año dentro del vientre materno, y hasta hace cinco minutos me empecé a llevar con mis hermanos. Hasta hace cinco minutos no era yo su hermano mayor, sino su padre. El que los cuida de la alberca, de las malas influencias, de elegir caminos de vida que suenan cobardes o siguen la ley del mínimo esfuerzo.
Les pedí perdón.
Los primogénitos y primogénitas no sólo aspiramos eternamente a ser mayores que la edad que tenemos, sino que estamos seguros de que así debe de comportarse todo el mundo. No sólo señoreamos a los hermanos sino pensamos que podemos señorear todo lo demás. Casi como aquel que mandó a un padre a sacrificar a su hijo. A veces también hay primogénitos que no son los que nacen primero pero que así les toca ser.
Ahora que termina el 2024 y planeo el 2025, hago presente al primogénito que quiero y que no quiero ser.
El que cuida en la alberca, pero también el que se deja cuidar. El que no cree todo el tiempo que nadar es peligroso.
Para eso, también pedirme perdón a mí.
Nací primero o nací segundo y no fue mi culpa el rol que me tocó en mi constelación.
Nací primero o nací segundo, o nací en un orden que es imposible contar, y por eso soy como soy. No me cambio por nada, pero tampoco quiero acabarme todas las lentejas yo solito.
La progenitura es un trauma, la híper-responsabilidad, una respuesta a él.
Y aunque lo digo, aunque extiendo ahora el plato de lentejas para que alguien más lo tome, sigo queriendo ser el mini-adulto que saldrá del otro lado de este artículo habiendo “trabajado” el tema de su progenitura. Que me aplaudan, que reconozcan mi humildad, que me concedan los regalos divinos que merezco.
Mi 2025 debe de ser la búsqueda para quitarle el híper a esa palabra. Responsable, sí, pero no cargar todo el peso del mundo sobre la expectativa de mí mismo. De hecho, es muy primogénito pensar que estoy donde estoy gracias a mi propio esfuerzo y que no he sido cargado y traído aquí por alguien más.
Por eso no es raro que a Esáv se le haya antojado un plato de lentejas. No solo estaba cansado de ir a cazar, sino de tener la presión de cazar toda su vida.
Ahora que empieza un nuevo año quiero abdicar el trono de la progenitura de manera elegante. Esto implica apreciar y acuerpar cualidades primogénitas, pero también aventarme a acuerpar otras que nunca se han sentido como “yo”.
2025 es un buen año para re-pensarme lo que se estableció hace 3,700 años desde la muerte de Isaac. Un linaje de primogénitos que planean su año de una manera poco autocrítica, porque siguen los cánones abrahámicos sin cuestionarse si eso es realmente lo que quieren. Esos primogénitos tan metidos en dinámicas de perfeccionismo, de diferenciación y de señorear. Igual que con los cánones trumpistas de hoy.
Musk, Bezos, Gates, Winfrey, Buffett, Sandberg, Cuban, Schultz, Branson, Bloomberg, Arnault, Zuckerberg.
¿Cómo planean estos primogénitos sus años?
¿Cómo identifican las paradojas con las que tienen que vivir? ¿O cuáles son sus mecanismos de evasión para hacer como si la vida no estuviera hecha de paradojas?
Quiero lograr pero también descansar.
Viajar pero también quedarme.
Gastar pero también ahorrar. Ganar más pero que eso no sea todo.
Llenar mi agenda pero también vaciarla.
Cuidar y que me cuiden.
Lograr pero también no-lograr.
Bezos nunca pondría esto en su plan anual. Se le caerían las acciones.
Quiero llenar mi agenda con todas estas cosas de hacer y no-hacer, y no dudar cuando las estoy haciendo o no-haciendo si debería estar haciendo o no otra cosa. También es muy primogénito pensar que en todo momento sabré cómo asignar el tiempo a cada cosa para que todo este hacer y no-hacer esté en equilibrio. Es muy primogénito pensar que hay una distribución perfecta del tiempo, y un fallo personal no llegar a esa ecuación.
Tal vez soltar la progenitura de manera elegante es asumir la paradoja que soy. La paradoja que vive en mí y ejemplifica lo que vive en todos. Tal vez la paradoja es el plan.
Quiero cargar la progenitura pero con ligereza. Ser el padre de nuevas categorías para clasificarme, nuevas métricas para cuantificar lo que me importa. Quiero practicar nuevas formas de respirar al estar metido en la tempestad rutinaria con cosas que se contralan y otras muchas que no.
Cuando acabe el año dentro de un año, no quiero juzgarme si no me salieron cosas que ni me propuse hacer desde ahora. Veré a mis amigos ganar más que yo, lograr más que yo, y me sentiré mal con todo y con que esos objetivos que ellos lograron ni siquiera son los mismos que yo me propongo ahora. Otra tendencia más de los primogénitos.
Por eso recordarme ahora, y dentro de doce meses cuando vuelva a leerme, que la tempestad, a la que realmente me quiero entregar, va más allá de ToDo´s completados en la agenda, de saldos en cuentas bancarias, de followers en Instagram, y hasta de las fotos que no compartiré y que documentarán el año que está por llegar.
Odio asumirlo, pero tal vez eso es lo que mi no-primogénito me dice constantemente y me cuesta escuchar: “Haz todo lo que quieras, pero no olvides sentir que ya llegaste”.
“Entrégate a todas esas métricas, planes de trabajo, juntas de consejo, zooms de seguimiento, KPIs, horas de glúteos en la silla, pero al vivirlo, quédate en cada presente y suelta los pasados y futuros no acaecidos”. Imagínate algo así en el Génesis o en el Éxodo.
Ser más el que grita gol y menos el que piensa que el fútbol no sirve para nada.
Ser más el que coge y se duerme sin limpiarse, que el que se pone la pijama, lava los dientes, manda los últimos emails y apaga la luz porque mañana hay escuela y trabajo y pendientes.
Ser más el que publica ya este ensayo y menos el que lo sigue editando sin parar.
Ser el que busca el espejo para sentir que sea lo que sea lo que el espejo muestre, es lo que el espejo muestra.
Ahora saco la olla del cajón. Agrego tomillo, cebolla, aceite de oliva y un toque de sal.
Voy al clóset y me visto con las pieles ceremoniales que Jacob usó para confundir a su padre y recibir la bendición. Primogénito y no al mismo tiempo. Me confundo con el que ya soy que quiero ser.
Me siento en la mesa con mis lentejas humeantes y aromáticas. Y como progenitor de mí mismo, un bebé que nacerá en 2025, me digo antes de comer:
Bendíceme padre en esta piel que habito. Que se me siga concediendo el rocío del cielo y la fertilidad de la tierra. Que mis deseos de señorear se cambien por certezas de suficiencia. Que mis ganas de acumular se pongan al servicio del gozo, la presencia y el compartir. Que la transformación sea siempre posible, y que me sorprenda de los yo y de los tú que invitaré a compartir esta mesa de tempestad.
Malditos nadie. Benditos todos.
Amén.