La Renuncia Masiva: Historia en Evolución

Todo comenzó con la directora de marketing de Francia. Su carta posteada el 13 de abril en LinkedIn fue contundente: “Después de años de estar ideando formas cada vez más creativas de vender veneno a niños, he decidido dejar de hacerlo. Dejo de laborar en esta empresa de forma inmediata.”

Pocas horas más tarde la carta se viralizó y sus homónimos de otros países respondieron de forma similar. Italia, Rusia, Sri Lanka y Brasil, todos postearon en sus perfiles que dejaban su puesto, renunciando a muy buena paga y una plaza de prestigio, porque eso no compensaba la culpa y malestar de sentirse responsables por vender productos destructivos para las personas y el planeta. El director de Sri Lanka mencionó que se sentía igual por vender refrescos que por vender cigarros, la industria donde él había hecho toda su carrera hasta que fue contratado por la refresquera. El de Brasil confesó que llevaba años teniendo pesadillas con los millones de toneladas de plástico PET que terminaban en el mar y los millones de litros de agua que se malgastaban para poder producir muchos menos litros de las bebidas carbonatadas. La de Italia aludió a sus dos padres quienes murieron ciegos por la diabetes ocasionada por la bebida favorita de la familia y por la cual ella se había convertido en la heroína de su pueblo al haber logrado un puesto dentro de la transnacional. El de Rusia posteó un corto video en el que quemaba el premio que había ganado por un comercial de televisión que él conceptualizó y que terminó mostrándose en más de 150 países volviéndose un “clásico” para la marca y el mundo de la publicidad.

Fue el 16 de abril cuando todo el mundo se dio cuenta de que esta ola se venía en grande, porque, sin anunciarlo, el equipo de recursos humanos de la empresa desactivó su perfil en LinkedIn desvinculando las relaciones de los empleados dentro del portal. Sin embargo, para ese momento ya más de 13,000 de ellos habían compartido sus cartas de renuncia. La mayor parte fueron cartas de renuncia colectiva, algo que nunca se había visto en la historia de la empresa o del capitalismo. Puestos pequeños de contabilidad y finanzas, repartidores, obreros de planta, fotógrafos de producto, diseñadores, químicos de alimentos, gerentes regionales de venta. Todos coincidían en que la compañía los había tratado bien, en que no tenían quejas de sus políticas, sueldos, prestaciones o cultura laboral, pero el producto que vendían era nocivo para la humanidad. La “Carta del 13 de abril” estrenó página en Wikipedia cuatro días después de haberse publicado y como lo dice el artículo, ésta “abrió la caja de Pandora.”

Las acciones se desplomaron en todos los mercados, tanto las de las casas matrices, como las de las subsidiarias y embotelladoras de cada país. Aunque al principio vacilaron, los medios de comunicación no podían dejar de cubrir la noticia que ya estaba por todas partes. Los reporteros entrevistaban a los que renunciaban, perseguían a los que seguían laborando para que les dieran una explicación, y, en al menos siete casos, en medio de su entrevista en televisión abierta, los trabajadores hicieron pública su renuncia e incitaron a todos los que todavía laboraban a que se sumaran al grupo de gente que había entrado en razón.

Los noticieros tenían enviados especiales en las ciudades donde la empresa tenía sus grandes corporativos, como en Berlín donde estaban los HeadQuarters de Europa, así como en Beijing, Ciudad del Cabo y Miami. En todas las instancias, la policía acordonó el perímetro de los edificios por las masas de personas que marchaban o se asentaban cerca de sus accesos para hostigar, o al menos ver y filmar con sus teléfonos, a los pocos trabajadores que aún querían llegar a sus oficinas.

El 20 de abril ya había más de 63,000 renuncias, y los supermercados, tiendas de conveniencia y las grandes cadenas de farmacias que vendían los refrescos empezaron a hacer mayores pedidos para anticipar graves problemas en la cadena de suministro.

Daniel Pallgrave, el CEO y Chairman global, convocó a varias conferencias de prensa y cada día publicaba un video en las redes pidiendo a los accionistas que no vendieran sus acciones, a los empleados que no descuidaran sus puestos, a los consumidores que no dejaran de comprar. Pero cada día el director parecía más cansado y desesperanzado. Era innegable que el refresco ahora existía en la psique colectiva como el culpable de todos los problemas de la humanidad: desde la adicción al azúcar y la obesidad, pasando por la avaricia de los ricos y el resquebrajamiento del tejido social, hasta el callejón sin salida de la salud metabólica, la sustentabilidad ambiental y la usurpación de las culturas locales. Los términos “food desert” y “food apartheid” que se habían utilizado por años en el mundo académico, ahora se asociaban de forma inseparable al logo más conocido del mundo.

El 23 de abril ya habían nacido sitios y comunidades como “sugarleaks” y “wikisoda” donde se hacían públicos documentos internos que mostraban los planes de las campañas de relaciones públicas y de cabildeo que la empresa llevó por años en varios países para sortear limitaciones regulatorias como impuestos a las bebidas azucaradas, o regulaciones del etiquetado. De hecho, la agencia Perricone & Davies, que por décadas fue la que había manejado las crisis mediáticas (como cuando tuvieron que regalar miles de cobijas a los habitantes pobres de una localidad cuando en los medios se mostraron los estragos que habían causado sus productos en esta comunidad marginada), publicó el plan de acción que tenía guardado en caso de que llegaran a sufrir una renuncia masiva. Las 132 páginas del “manual de contingencia” fueron publicadas por el mismo Señor Davies, que reconoció sentirse avergonzado y arrepentido por haber sido parte de esta empresa “hipócrita” y “manipuladora”. Pidió disculpas y se alegró de que su plan de 132 páginas no iba a poder ayudarlos en estos momentos de crisis. De hecho, en su posdata mencionó más de 50 nombres de empleados o exempleados que ahora mantenían puestos en organizaciones no gubernamentales en pro de la salud, secretarías y ministerios de salud pública, y hasta el expresidente de una nación.

El 27 de abril, Chile pasó una resolución en el congreso que prohibió las bebidas carbonatadas, la aprobación de ley más rápida en la historia de ese país. Dos días después, la Unión Europea hizo algo similar y así siguieron otros organismos de gobierno, por la vía legislativa o por decretos de sus ejecutivos. Los equipos de futbol se desvincularon públicamente del logo en sus uniformes, los anuncios en los aeropuertos fueron reemplazados, las campañas publicitarias detenidas. Para el 5 de mayo ya era claro que la empresa no iba a sobrevivir.

El escándalo ya era una completa revolución global y ponía atención a los empleados que aún no se pronunciaban, cosa que era fácil porque las listas de todos los colaboradores fueron leakeadas.

Las redes sociales se desbordaron. Padres de familia filmando a sus hijos tirando las últimas latas del refrigerador a la basura, otros recolectando las latas para reciclarlas, otros dando su último trago como si fuera su último cigarro, o su última bocanada de oxígeno antes de dejar de respirar. Grupos más fanáticos en Londres y El Cairo saquearon las tiendas de autoservicio y se filmaban vaciando los líquidos en las alcantarillas, mientras que otros compraron todas las botellas que encontraron y almacenaron para su consumo personal o posterior reventa.

Muchos hablaban del gran legado cultural de la marca y del gran sabor que se había intentado imitar sin éxito. De hecho, se abrió la página “never-forget.com” en la que se contaban historias de vida relacionadas al refresco. Como la de la pareja de 54 años de casados cuyo primer encuentro había consistido en compartir una lata porque no les alcanzaba para dos y aún conservaban la original. En una fotografía aparecían con sus 17 nietos, cada uno con una en la mano. Otros celebraban el legado industrial y comercial que la empresa había forjado al elevar la productividad y tecnologización, así como haber empleado a miles de personas en todo el mundo. O elogiaban las obras de infraestructura llevadas a cabo en países de tercer mundo como la construcción de carreteras, para que los productos pudieran llegar a los poblados más recónditos.

El Museo de Arte Moderno de Nueva York anunció la próxima inauguración de la exposición para ponderar críticamente la herencia social, cultural, política, económica e ideológica de la marca. Se espera que en ella se ofrezcan réplicas del sin fin de santuarios, mausoleos y altares a dioses que se han decorado con los refrescos desde Copainalá, en Chiapas, México hasta Nonthaburi en Tailandia, y que haya una sección para probar el producto que formará parte de la colección permanente para aquellos visitantes del futuro.

Para el 11 de mayo el hashtag #démissionmassive y sus traducciones #massresignation #renunciamasiva #demissãoemmassa se contabilizaron en por lo menos 40 idiomas. Las renuncias globales rebasaban los 300,000 y hasta las secretarías de trabajo de varios países reportaron alzas medibles en el desempleo.

Hace dos días, el 19 de mayo, las acciones apenas rebasaban los $2 USD. Pellgrave dejó de aparecer en redes hace tres días. Otras empresas del sector se han quedado calladas lo más posible y hay rumores de que ellas mismas están comprando todas las acciones que pueden. Y tiene sentido: ¿cómo dejar de aprovechar las plantas de producción, los contratos de proveeduría, las carreteras construidas, así como los miles de empleados valiosos que ahora necesitarán trabajo? Pareciera que ahora se necesita aún más genialidad de los equipos de marketing para encontrar formas de utilizar esta catástrofe.

Sin embargo, en las últimas 24 horas han empezado a emerger acontecimientos que han puesto en duda el desenlace de esta historia. Los acérrimos críticos han cambiado o matizado sus opiniones respecto de la complicidad de la corporación. Contrario al tono original de culpabilización a la empresa, ahora están mostrando que culpar a una marca, un logo o un producto puede ser peor, porque da la sensación de que con eliminar esa compañía, o cambiar a un líder, se transformará todo. La historia ha señalado, nos dicen, que nunca es así y solo se profundiza en una retórica de guerra tratando de encontrar soluciones que son “reduccionistas”: cuando hay terrorismo, enfocarse en matar a terroristas; cuando hay violencia, en encerrar a los criminales; con la malnutrición quitar los productos insalubres; si hay problemas de migración, la única solución es poner murallas; con el racismo, legislar su ilegalidad; para el calentamiento global, enfocarse únicamente en reducir las emisiones de carbón.

Los críticos argumentan que esta renuncia masiva solo dará una sensación pasajera de bienestar, haciendo a todos pensar que están actuando por su futuro, cuando realmente nada sucederá. Justo como tampoco ha sucedido con la violencia, la obesidad, la migración, el racismo y el calentamiento global.

Ahora que Netflix ya contrató al gran director Steven Walter para dirigir una serie de 10 episodios sobre este fenómeno sin precedentes en la historia del consumo, estos críticos nos alertan del mayor peligro de todos: que los grandes problemas se han vuelto Trending Topics, un mero entretenimiento rentable que hace sentir a todos como activistas conscientes pero cuya atención sigue co-optada por el sistema militar-industrial-financiero-agricultural-farmacéutico-educativo-político al que nunca se le ganará en su propio juego. De hecho, nos alertan que es muy probable que la exdirectora de marketing de Francia que inició todo el barullo sea pronto contratada por un medio de comunicación o un complejo educativo que la “productivizará” y utilizará su fama para vender y atraer followers y views.

Estos críticos preguntan:
-¿Y qué hacemos con toda la ansiedad que genera comprender esta maraña?
-Nos vamos a Instagram o a tomar un refresco para darnos un respiro.

Debido a la creciente sensación de que, aunque la empresa caiga, todo seguirá igual, empezamos a ver algo que rara vez sucede en la historia mediática: los críticos hablan públicamente de la futilidad de sus propias posturas. En el aire hay una sensación compartida de que no hay soluciones claras ni viables.

A la luz de este aparente callejón sin salida, hace unas horas surgió el hashtag #duelmassif, “Duelo Masivo”. Apenas tiene 22,000 retweets pero parece ser un llamado a una especie de duelo colectivo por el mundo que todos los seres humanos han, hemos, co-creado. Pareciera que no se puede vislumbrar el futuro colectivo hasta no sentir, al mismo tiempo que se celebran los grandes logros de la civilización, las profundas contradicciones, dolores y destrucciones que esta ha creado para sí misma. “Tal vez tiene sentido un Gran Duelo. ¿Por qué no? Es lo único que no nos hemos permitido sentir de manera colectiva sin dirigir nuestra rabia hacia algún tipo de villano”, apuntó el doctor Michael Sanger, uno de los mayores investigadores sobre duelo, en su twitter esta mañana.

El duelo se caracteriza por pasar entre varias etapas, muchas veces sin un orden específico: negación, ira, negociación, depresión y aceptación. A la luz de los eventos de las últimas semanas y de las situaciones que los desencadenaron: “¿No pareciera que las diferentes conductas que se han observado en todo el mundo son versiones de las distintas etapas del duelo?”, agregó Sanger en el tweet que dio inicio al Twitter Storm sobre el tema.

“Parece que la muerte del villano al que se ha atacado y finalmente matado, no ha dejado a nadie satisfecho. Al contrario, empieza a haber una sensación colectiva de haber matado a uno de los nuestros, de habernos matado a nosotros mismos.” – comentó la socióloga Eva Brownstone, de la Universidad de Adelaida.

 

“La ira contra el villano solo era una pequeña muestra de la ira que sentimos hacia nosotros mismos como humanidad. Y con la ira viene la negociación por no querernos sentir malvados y la depresión por darnos cuenta que malvados o no, esto es lo que hemos hecho de nosotros.” – apuntó @ezequiel21:13

 

Te invitamos a la mesa redonda esta noche en punto de las 20:00 horas EST que hemos titulado: “Primero el duelo, luego la regeneración”. Nos acompañarán el profesor Michael Sanger y un panel de expertos para ponderar lo que significaría hacer un duelo masivo y las posibilidades para el rediseño del futuro.

Hace unos minutos, recibimos vía Twitter la confirmación de Daniel Pallgrave para participar en la mesa redonda:

No es suficiente un minuto de silencio. Se necesitan días. Años. Tal vez décadas. La empresa estará presente en este panel y en todas las conversaciones posteriores de diseño colectivo. Queremos estar listos para la Recontratación Masiva”.

 

Victor Saadia