De simbiosis y sonrisas*

*Discurso pronunciado el 4/11/22 en la inauguración el 2do Congreso Mexicano de Medicina de Estilo de Vida.

Hace poco me enteré que por centímetro cuadrado las mitocondrias que llenan nuestras células producen 10,000 veces más energía que la superficie del sol. Esto significa que somos 10,000 veces más eficientes en liberar esa energía de lo que es el sol en producirla.
¿Qué significa esto? Que somos luz. Que somos energía.

Pero no te preocupes. No vengo aquí a darte un argumento de sanación cuántica para que les digas a tus pacientes con cáncer que se pueden curar con la intención de su pensamiento.

De hecho, el año pasado, en este mismo escenario estuvo Edgardo, una persona que cambió todo su estilo de vida, nos platicó todos sus viajes del héroe de transformación y lo bien que iba, y al mes de haberlo tenido con nosotros, se murió.

Ni el mejor estilo de vida, el mejor jugo verde, el mejor gadget de trackeo de sueño, el mejor ejercicio funcional ni la mejor app de meditación nos salvará de irnos de aquí pronto.

Yo quiero decirle a Edgardo que aquí estamos continuando su viaje, cada quien viviendo el suyo propio.

¿Y cuál es nuestro viaje?

Les platico el mío.

Todo comenzó en mi infancia. Crecí en una familia rodeado de amor. De presencia parental. De muchos abrazos y fiestas de cumpleaños. Después, la escuela, descubrí la sexualidad, probé el cigarro, me rebelé un poco para encontrar mi identidad. Después la universidad. Estudié economía y me subí al barco del neo-liberalismo, la democracia, el poder de la ciencia y la esperanza de la tecnología. Todos estos nos llevarían a la eficiencia productiva, a la abundancia económica, al progreso, a la cura de las enfermedades, la conquista de la muerte, la erradicación del sufrimiento humano.

Pero al abrir mi primer negocio, una clínica de medicina regenerativa, me enfrenté a dos cosas importantes: que en el contexto en el que vivimos, la supervivencia depende de si tu negocio hace dinero y que las fluctuaciones de dinero tenían un efecto directo en mi salud; y dos, algo que para mi no era evidente, que en México estamos llenos de enfermos crónicos: diabetes, insuficiencia renal, hipertensión, cáncer, mucha obesidad y demasiada depresión normalizada.

Las grandes promesas del inconsciente colectivo de estarnos acercando a dominar el planeta y la realidad, no checaban con lo que yo estaba viendo en los pacientes, pero también y más aún, en mis amigos, en sus padres, en las noticias, en las conversaciones de todos los días. Si, hay graficas hermosas de crecimiento económico y tecnológico, si, ya puedes ir al banco desde tu celular y pedir tu cena para que te llegue a tu puerta. Pronto podremos pedir un Uber que nos lleve a la luna y quedarnos ahí en un Airbnb. Pero seguimos atrapados en una realidad apresurada en la que muchos nos sentimos insuficientes.

Entonces estoy cansado. Estoy cansado de pedirle a mi realidad que sea de una forma y no de otra. Estoy cansado de pensar que todo es un juego de encontrar al culpable. Algunos culpamos a los pacientes por flojos y glotones, otros culpamos a los doctores que nada más van paleando síntomas, algunos culpamos a las corporaciones por contaminar nuestro suelo y nuestra fisiología y nuestra mente, otros culpamos a los gobiernos por ciegos y corruptos. Los que ya nos cansamos de culpar a las personas o las instituciones,  culpamos a los sistemas de creencias colectivos: la necesidad de tener más, el dinero como valor supremo, la necesidad de poder o de fama para sentirnos vistos.

Y la verdad ya estoy cansado también de tratarlo de entender, como si de verdad se puede entender. Como si tendremos la mente o la supercomputadora para mapear todas las variables y con un algoritmo digital o político podremos realmente controlarnos como individuos y como colectivo.  

Ya sé que es un cliché decir que miremos a la naturaleza. La naturaleza de la cual nos separamos desde los cánones religiosos, los tratados científicos y las actividades civilizatorias de dominio y explotación. Pero, aunque sea un cliché, no existe en el universo, y aquí me refiero al universo grandote grandote, del que dicen que lleva 14 billones de años y se sigue expandiendo en el espacio y el tiempo, algo tan precioso, ordenado, precario e infinitamente complejo como lo que podemos observar, de la simbiosis que existe.

Usualmente lo que tenemos más próximo a nosotros es lo más misterioso: La infinita sabiduría de bacterias y hongos que me componen, que dan origen y función y mantenimiento a mi hígado que procesa la copa de vino de ayer en la noche, mi oído que nota los murmullos del viento y de los coches que pasan, mis ojos que leen este lenguaje inventado por los hombres, mis neuronas que se están conectando con la tuyas. ¿Cuánto de esto controlo yo? ¿Cuánto de esto es posible solo por una simbiosis infinitesimal e infinita que damos por sentado? ¿Cuanto de esto se nos escapa por que estamos más preocupados por el Whatss App que no nos han contestado o preguntándonos cuánto más se va a tardar este tipo en leer su discurso inaugural?

Aquí parece que estoy celebrando a la naturaleza y tratando de quitar al ser humano de ahí, pero no. Porque nosotros también somos naturaleza. Somos el cosmos observándose a si mismo. Somos el cosmos inventando el lenguaje, y las computadoras, y las máquinas de agricultura industrializada, y el glifosato, y los congresos médicos, y los aviones que nos traen a ellos. Somos la naturaleza observándose a si misma y planteándose la posibilidad de humildemente pensarse como servidores y no como maestros o controladores.  

Pero todavía más profundo de pensarnos separados de la naturaleza, es que también pensamos que estamos separados entre nosotros. ¿Qué pensarían los millones de especies de bacterias y hongos de diferentes colores, tamaños, razas , géneros, y niveles socioeconómicos que me componen de la persona que yo soy?  Del ego que siente que está separado, que está luchando por sobrevivir, por ser el número uno, por tener la mayor cantidad de followers, por no cagarla en este escenario. Me pregunto si me hubiera aventado todo el esfuerzo de organizar este evento si no tendría mis 20 minutos de fama en este escenario.

El Ego del médico que se espeja con otro y lo envidia. El ego de la nutrióloga que se espejea con otra y se siente de menos y crítica sus videos de Instagram, yo lo hago más de lo que quisiera, el ego del que siente que tiene que tener más dinero y que tiene que trabajar 15 horas al día sin parar para poder cumplir, la madre profesional de la salud que se siente culpable por fallar en su casa con sus hijos mientras trata de cumplir un sueño laboral. ¿Qué juicios están teniendo ahorita mis células y mis bacterias porque no me pude preparar lo suficiente para este discurso y tuve que terminar leyéndolo? ¿Realmente el cosmos que habita en mi se siente de menos?

Durante siglos, los hongos fueron ampliamente considerados dañinos. Parásitos que causan enfermedades y disfunciones. Más recientemente se ha llegado a comprender que los hongos coexisten en sutil simbiosis con las plantas y los humanos, lo que no produce infección, sino conexión. Esto sucede igual con las personas. Somos menos enemigos y más amigos de lo que nos acostumbramos a pensar. Esto aplica aún para los que nos peleamos a muerte para tratar de definir si una dieta completamente vegana o predominantemente plantas, es la buena.

Y además no se trata de hacerme el fuerte. Se trata de mostrar mi vulnerabilidad y mi precariedad. Eso es lo que genera la simbiosis y la interdependencia. Es la propia insuficiencia de mi mitocondria de existir por si sola la que hace simbiosis con la célula: una le da energía, la la otra le da protección. La simbiosis que hace una persona con su pareja, un médico con su paciente, un país con otro país para poder establecer principios y dejar de contaminar y calentar el planeta. Desde nuestra insuficiencia y fragilidad nace y se mantiene la simbiosis. La simbiosis siempre precede cualquier forma de vida. Por ejemplo, ¿como hubiéramos podido estar aquí hoy, si alguien en algún lugar no se hubiera parado muy temprano para prender la luz de la ciudad o el gas para bañarnos con agua caliente? Un recién nacido, como todos somos por toda la vida, no sobrevive sin la leche de alguien más.

A mi cada vez me parece más y más que el futuro de la humanidad, no del paneta, pero si de la humanidad, depende de exponernos y adueñarnos de nuestra fragilidad como lo hace una hormiga que se pone de pechito para ser aplastada, o el árbol que no te dice nada para que lo tales y te lleves su madera. Somos vulnerables a las estructuras ambientales y sociales: si ellas fallan, nosotros también. Ser dependiente implica vulnerabilidad. Así que no estamos hablando de mi vulnerabilidad o la tuya, sino una característica de la relación que nos une a ti y a mi. Y como no podemos existir completamente liberados de estas relaciones, podemos decir que nunca estamos completamente individuados. Nos podemos seguir protegiendo y aislando, pero eso solo nos lleva a la separación, y eventualmente a la muerte. Es por eso que tal vez es solo a través de una renovada y re-evaluada noción de interdependencia que podemos repensar la amenaza al medio ambiente, las favelas globales, la discriminación sistémica, la globesidad, los modos coloniales de poder, la creación sistemática de enfermos crónicos así como de ansiosos funcionales de la sociedad que somos todos.

¿Qué te hace a ti frágil que necesita la fortaleza de alguien mas? ¿Que das tu a cambio? No tienes que dar dinero, ni tiempo, con que solo des un poco de esperanza y sonrisa es suficiente. Así que: ¿Qué estás dispuestos a arriesgar? Lo digo en tercera persona, pero me lo digo mí.  ¿Que tipo de vida, de profesión, de la etiqueta que llevas puesta en la sociedad estas dispuesto a dejar atrás para sentirte que la única forma de proteger tu ego es desprotegiéndolo? ¿Qué te dejaría en peligro de muerte para que tu relación contigo, con tu familia, con tus pacientes y con tu suelo se transmuten hacia la celebración de la precaria y preciosa simbiosis que posibilita cada respiro que estás dando?

Y créeme: Yo también tengo miedo. No hay forma de vivir en un cosmos incomprensible e incierto sin sentir miedo. No hay forma de ser un padre de familia, un profesional de la salud, o un peatón cualquiera y de vivir sin miedo.

Pero este micrófono me da fuerza, tu atención en mi me da confianza. El que estés aquí y te hayas sometido a las inclemencias del Aeropuerto Internacional de las Ciudad de México, me da esperanza. En esta carpa hay una persona que enviudó hace dos semanas, otra persona que no puede ver, otra más que ha tenido intentos de suicidio, otra más que ha visto suicidarse a compañeros de la carrera de medicina, otra más que se gastó todos sus ahorros para estar aquí. Aquí están las personas que ven nacer y ven morir todos los días.

Es desde esa fragilidad, desde esas ganas de seguir resignificando la interdependencia y la simbiosis, que te digo gracias y te sonrío.

Te sonrío porque desde que fui concebido, no por mis padres, sino por la evolución planetaria, a mi ya se me sonrió. Esa sonrisa posibilita mi existencia y cuando sonrío de regreso, posibilito que la existencia se siga desenvolviendo.

Por que yo soy las bacterias, yo soy los hongos y ellos son yo. Yo soy los anuncios publicitarios de comida chatarra, yo soy el consumidor que cree que no puede vivir sin ellos. Yo soy el presidente del país, soy el cáncer, soy el abrazo de la madre. Yo soy el capitalismo, soy la prostituta de la esquina que no le quedó de otra, soy el que paga por unas horas con ella. Yo soy el que puede o no atreverse a pedir perdón, Yo soy el que puede perdonar, el que quiere estar listo para vivir los duelos que tenemos pendientes. Soy el que quiere ir a abrazar a ese árbol sabiendo que es el árbol el que siempre me está abrazando a mi. Soy también este lenguaje, y también el lenguaje de las ballenas que se pueden comunicar a decenas de kilómetros para no perderse de su familia y de su rumbo milenario de migración.

Y créeme que no soy ingenuo. Ya sé que reorganizar el capitalismo, la agricultura, el consumo, las leyes, la industria farmacéutica, la seguridad, no son temas triviales. Actuar en base a este embrollo de interdependencia es más difícil que simplemente profesar fidelidad a este principio.  Pero también estoy convencido que si no partimos de nuestra unidad-múltiple, si no sentimos el universo que habita en cada milímetro cuadrado de este plano existencia, no sabremos lo sagrada que es la vida. Y si no sabemos que la vida es sagrada nunca podremos seguir ideando las formas de simbiosis que tenemos que reinventar como especie. No podremos empezar a sanar lo que hemos enfermando. No podremos seguir en este co-living multi-especie.

Las enfermedades crónicas no son un “tema” o una “situación” a manejar. Lo que son, son mensajes. Mensajes que nos dicen que muchos de los valores e ideales más queridos de nuestra cultura ya no son viables.

Somos lo que hacemos. Y lo que hacemos todos los días, si o si, es comer, movernos, descansar, y conectar. El Estilo de Vida, por tanto, es lo que somos. Y es a través de su transformación y desde su re-significación que podemos continuar profundizando en la hermosa, precaria y necesaria simbiosis.
No se trata de dejar atrás nuestra individualidad, solo tener presente de que mi existencia está implicada en tu existencia. Y esta relación es precariamente destructiva al mismo tiempo que puede ser profundamente regenerativa.
Que este congreso, que esta hermosa comunidad, que éstas sonrisas y lágrimas, nos sigan re-enamorando de la precariedad de la vida.

Muchos de ustedes saben que debajo de los árboles hay una infinita red fúngica que entreteje miles de especies vegetales y que distribuye constantemente recursos nutricionales como azúcar, nitrógeno y fósforo. Un árbol que muere diversifica sus recursos para el beneficio de la comunidad. Esta red fúngica es lo que estamos construyendo en esta casa de la Medicina de Estilo de Vida.
Dejar morir ciertas partes de nosotros para seguir nutriendo el ecosistema que somos nosotros. Sonreírnos. Abrazarnos. Celebrarnos.

Danzar con las mitocondrias que somos y producir 10,000 veces más que la energía del sol.

Victor Saadia