De gritos y shampoos_

Mis padres se llevaban los shampoos de los hoteles,
sus padres también.
Los padres de estos últimos
nunca fueron a un hotel.

Los guardaban debajo del lavabo
bien acomodados en filita
para cuando se necesitaran.

Si son gratis y yo pagué por ellos
¿Por qué no he de llevármelos?

Los shampoos de mi niñez eran baratos.
Xiomara era el gel que yo usaba.
20 pesos el litro
¿Por qué hemos de gastar más?

Fast forward a mi yo de hoy
en París me compré un jabón de pimienta
50 euros el cuarto de litro
¿Por qué no he de comprarlo?

Pero ayer,
Lara se metió a bañar
y cual bruja escaldufa
preparó una pócima con los shampoos
la crema de rasurar
el jabón líquido
la pasta de dientes
y mi jabón de pimienta.

Todo el cuarto de litro.

Yo lo estaba guardando,
lo usaba de poquito en poquito
para sentirme lujoso
para cambiar mi escasez por abundancia.

Pero ahora,
ahora
está todo en el drenaje.

Le grité.

Le grité como a mí me gritaron mis abuelos a través de mis padres.
Que estaba desperdiciando
Que estas cosas cuestan dinero
Que no sé qué otra cosa más

Yo sólo hacía mi pócima mágica
cuando la abundancia aún no se convertía en escasez
hasta que se fue por el drenaje.

Han pasado algunos días desde el grito,
la botella de pimienta es ahora un recordatorio:
La abundancia no se fue por el drenaje.
La abundancia es la que se va por el drenaje y uno la deja ir.

Ahora iré al lavabo de mis padres.
Le daré a Lara todos los shampoos que mi madre guardó.
Los que mi abuela guardó.
Los que mis bisabuelos nunca pudieron guardar. O eso dicen.

Y voy a comprar otro cuarto de litro de pimienta.
Todo puesto para ella.

Que cierre la puerta con llave,
que vuelva a sacar sus líquidos
y que siga haciendo su pócima de sanación transgeneracional.

De hoy hacia el pasado,
de hoy
hacia el futuro

Victor Saadia