A MI AMIGO: AMOS OZ_

Querido Amos:

Me intimida escribirte. Pero eres tú el que hiciste que me dieran ganas de escribirte. Y de escribir en general.

Te fuiste de este plano existencial hace 2 años, cuatro días después de que naciera mi hija. Silenciosamente lo acepté, pero tengo aún palabras que quiero decirte. Porque las conversaciones, como tu me enseñaste, nunca terminan cuando alguien muere, sino que es tal vez ahí donde éstas apenas comienzan.

Te extraño y no te extraño.

Como siempre has vivido para mi solo a través de tus libros, es extraña esta sensación de constante presencia y al mismo tiempo de saber que ya no estás aquí para seguir comentando los acontecimientos del año 2019, 2020, 2021…

Mi nombre es Victor Saadia, nací en 1986, en uno de las colonias más afluentes de la Ciudad de México. En mi vida no he visto guerra ni inestabilidad geopolítica. No vi el suicidio de mi madre, no fui al ejército, no puedo decir que vi terrorismo en las calles de mi ciudad. Tu nunca escuchaste mi nombre, ni conociste a nadie de mi familia, (aunque entre los judíos, “Somebody always knows somebody”) y aún: Somos hermanos. O soy tu hijo. Y también algún tipo de continuación de ti.

Crecí leyendo tus libros. La Caja Negra fue el primero y luego mi madre o el destino puso frente a mi el “Nací y crecí en un piso muy pequeño, de techos bajos y unos treinta metros cuadrados.” (Que sigo sin encontrar una mejor línea para empezar un relato. Esta ahí con otras líneas inmortales como: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento”, con “En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme”, y con muchas otras más).

No puedo concebir como sería mi subjetividad, mi percepción de mi mismo y de la realidad, si no hubiera crecido junto a ti en los años que fui cobrando consciencia de mi existencia. En tus relatos de ficción y realidad de los kibbutzim, pude observar mi propio kibbutz, que a veces llegó a parecerme un ghetto, pero sin la opresión externa. Esas comunidades minúsculas e insignificantes, llenas de personajes banales, gusanos trabajadores repletos de sueños, todos ínfimos en comparación al tamaño de la historia de la humanidad. Y que, en tu pluma, no solo muestran su universalidad, sino su naturaleza épica y trascendente, en el mundo de infinitos significados creados a cada segundo.

Desde que leo tus libros, todo el tiempo me pregunto: ¿Como puedo vivir épicamente en mi vida cotidiana? ¿Aquella que desde el principio fue dotada de viajes, coches y tarjetas de crédito? ¿Aquella que no tiene otro juez que el que se engendra en su propia pluma? ¿Aquella que su propia pluma, aunque nunca escriba palabra en papel, aún así guía la percepción de toda su existencia? ¿Aquella que también -no puedo quitarme esta imagen de la mente-, aprende a ver llorar no con los ojos, sino con las manos?

Tus palabras me invitaron a inventar la historia épica de mi propia existencia. La que quiere legitimarse a través del arte, a través del sentir. De saber que, en este planeta, cada minuto, hay desiertos, batallas, refugiados, pobres y amigos. Que somos sujetos de contradicciones, de cegueras emocionales, depositarios de la verdad, alcantarillas de incertidumbre, rencores generacionales. Niños con armas nucleares. Niños con palabras de destrucción masiva.

En un mundo donde a veces escogemos la tiranía porque queremos orden y despreciamos las dudas, y otras veces escogemos la anarquía porque no queremos hacernos responsables de lo que somos o podemos llegar a ser. O a veces, como has referenciado, escogemos a Dios y le entregamos nuestra libertad a cambio de tranquilidad.

Tenemos un pie en el mundo del caos y otro pie en el mundo del orden, de esta forma, tenemos seguridad y confianza pero, al mismo tiempo, tenemos suficientes retos enfrente para estar atentos y en constante evolución. Aunque nunca debemos olvidar -nos dices siempre-, que como padres, madres, ciudadanos, filósofos, nuestra mortalidad está asegurada, no por las debilidades del cuerpo, sino por las de la mente.

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Tus palabras siempre nos han empujado a calcular las deudas que hemos ido dejando sin saldar a lo largo de nuestra vida. Tu persona es un reflejo de este profundo compromiso, y, en el camino para saldarlas, nos recuerdas a cada paso que siempre es tiempo para desaprender lo que hemos aprendido y heredado de gente que está llena de heridas.

Desde muy pequeño mi papá me dio el ejemplo de ver con el corazón a los demás y mi mamá fue la que me mostró que los humanos lloran. Cuando te leí, me di cuenta que eso no era poca cosa, sobre todo cuando vivimos en un mundo donde las lágrimas no son solo inevitables, sino necesarias. Y porque parte de atreverse a escribir, es querer llorar.

Siguiendo nuestro linaje milenario de palabras, me hiciste poner atención al poder que tienen las ideas y lo mucho que vale la pena pasar nuestro tiempo discutiendo con nuestros ancestros, mientras nos preparamos para que nuestros descendientes discutan con nosotros. En el camino, me haces querer renovar mi opinión de conceptos pasados de moda como: Compromiso. Tregua. Reflexión. Linaje. Identidad. Fanatismo. Y también: Redención. A través de tu padre me enseñaste a divertirme pensando en el origen de las palabras y su naturaleza flotante en el eterno juego de la contextualización. Escribirte estas palabras, ahora que te toca a ti leerme, me refuerza la profunda convicción -aunque también es mi adoctrinamiento heredado, de que quiero vivir a través de mis palabras: Vivir gracias a, y para, las palabras. ¿Qué mayor regalo podría darle un humano a otro?

Eres el escritor, el hombre, que aún si hubieras nacido en 1989 -después de las guerras, después de la fundación y consolidación del Estado y del idioma, después de lo grandes héroes del sionismo- y hubieras nacido y crecido con iPads y Facebooks, hubieras contado la misma historia de amor y oscuridad. No nos hubieras dicho como caminar el camino, pero nos hubieras dado la certeza de que es un camino que merece nuestra atención, y, sobre todo, que la humildad y la esperanza no se desperdician nunca mientras enfrentamos nuestros dragones.

José Saramago concluyó su agradecimiento del premio nobel, (aquel que todos sabemos que eres ganador, aunque eso poco importe) disculpándose de solo haber podido hablar con la voz de sus personajes ficticios, y que, aunque para muchos eso podía representar poca cosa, para él, lo era todo. ¿Sabes, querido amigo? Querido maestro, querido padre: las voces de tus personajes lo son todo para mi. Hiciste algo que nunca nadie podrá quitarme: hiciste significar mi vida porque aprendí a contármela como una historia. Siendo dentistas y no guerreros, terapeutas y no pioneros de una nueva tierra, empresarios, albañiles, abogados, publicistas. Todos escribiendo su propia historia viviendo en el filo del significado existencial. Celebro cada día el espacio que hacemos en el librero familiar para los libros de mis hijas y espero con ansias que el destino también ponga en sus manos tus palabras.

Le pregunté a una amiga en que idioma debería de escribirte, me dijo que solo hay un idioma del corazón y ese nunca cambia. Te escribo entonces en español, pero debiera decir que me conecté contigo por medio del inglés en el que te leí, cuando realmente tus palabras salieron de tus plumas en hebreo. Lo que prueba que puede haber varios idiomas para decir las cosas y que lo que nos conecta es lo que es común a ellos, o más bien, lo que es común a ellos es todo lo que no logran poder decir.

Pensar que te estoy escribiendo en otro idioma también me recuerda que leerás esta epístola en otro idioma. No en un email, no es una carta impresa, ni en hebreo, ni en inglés, pero si desde otra dimensión donde las palabras y los libros se escriben en el fuego y en el aire, y no solo con el agua de la tinta y la tierra del papel.

Te extraño y no te extraño. Te quiero y te agradezco.

Continuamos.

Victor Saadia

Diciembre. 2020.