Zoológico_

Nunca supe exactamente cómo fue el evento que mi mamá presenció cuando era niña y tuvo tanto impacto en mi vida. Lo único que supe es que ella una vez vio que un perro mordía a una señora mientras esta se subía a un camión.
No sé a qué edad fue. No sé lo que le pasó a la señora, si mi mamá la conocía, si la mordida le arrancó una pierna o fue algo intrascendente.
El caso es que mi mamá creció y vivió toda su vida con miedo a los perros y otros animales. Y yo también.

Cuando íbamos a casa de mi abuela tenían que guardar al perro para que pudiera atravesar el patio de cinco metros que separaba la puerta de la calle con la puerta interior. Gorby se llamaba aquel plateado pastor alemán al que nunca acaricié.

Nunca tuve fobia a los animales, pero nunca me les he acercado mucho. Perros, gatos, caballos, delfines. Nunca he sentido el impulso de acariciarlos o de quererlos cerca de mí.  Siempre ha sido un mini-triunfo acariciar la crin de un caballo, o darle de comer con mi brazo bien estirado para que no me muerda, y así tener mi dosis de naturaleza animal y celebrar internamente el no haber salido corriendo. El haber soportado su olor o tener un poco de caca en los zapatos.   .

Para mí los animales son cosas peludas, medio brutas, apestosas y usualmente sucias a las que otras personas les tienen cariño, tal vez por ser medio brutas también, porque yo tengo cosas más importantes que hacer.

¿Cómo no les da asco la baba que se les escurre, las moscas que se les acercan, el lodo en el que se revolcaron y la saliva que usaron para limpiarse? Tan pronto los bañas, ya huelen feo otra vez e invariablemente hay que sacarlos para que orinen y defequen siempre en momentos inoportunos. 

Para mí los animales siempre han estado mejor en un documental de NatGeo, detrás de las rejas de un zoológico o en las páginas de un libro que te dice datos curiosos, como que ciertos tipos de hormigas pueden cargar 10 veces su peso o que los murciélagos son ciegos y se guían únicamente por los sonidos de la noche.

Pero independientemente del asco o miedo que nos puedan reflejar, la relación de los humanos con los animales siempre ha sido una de separación.

 
 

Como si nosotros los pudiéramos comprender mejor que ellos a sí mismos. Y por eso hemos utilizado los nombres de los animales como adjetivos para poder describir mejor a los humanos:
Eres un gato. Eres una bestia. Un asno. Un burro. Una mula.
Eres una perra o una gata. Un cochino. Un cerdo. Una zorra.
Eres un chango.

Reducimos a las personas a esos adjetivos, pero al hacerlo, reducimos aún más a los animales. Los mosquitos viven para molestar. Las abejas pican. Los tiburones te comen. Los lobos también.
Los delfines son bonitos. Los caballos elegantes. Los perros amistosos.

Nuestro inconsciente colectivo tiene dividido perfectamente en dos listas a todo el Reino Animal:
Buenos: Perros, gatos, delfines, vacas, mariposas, palomas, elefantes.
Malos: Cocodrilos, serpientes, tiburones, arañas, lobos, hienas, buitres.

A los osos y los leones los hemos humanizado un poco más y nos cuesta trabajo decidir en qué lista van. Gracias Disney.

Así son también las listas en las que dividimos al Reino Humano. Solo cabes en una de dos. Algunos humanos son dignos de caricia y cuidado, otros los domesticamos y controlamos, a otros más los despreciamos y explotamos. 
Que fácil dividir al mundo en listas. Como tú me estás dividiendo a mí según lo que he escrito hasta el momento.

Lo cierto es que hemos hecho un zoo-lógico de nuestra relación con los animales.
Literalmente: hemos metido al reino Zoo a nuestra Lógica. 

Los hemos jerarquizado y hemos definido quiénes son más importantes o deseables que otros. Como en un organigrama empresarial en el que el director general está arriba.  ¿Te imaginas ver a un armadillo arriba de la tabla? Es igual de extraño que ver a una persona llamada Tania ocupando esa posición.

Pero la jerarquización es solo el primer paso para después creer que entendemos la función de los animales en la vida. Como si ponerte AUTAN, el asqueroso repelente de mosquitos, de verdad pudiera estar en armonía con el ciclo de la vida. De chico me encantaba comprar botellas de RAID para imitar los anuncios de la TV y disparar el aerosol a los insectos en pleno vuelo. “Literalmente, los verás caer” decía el anuncio. Y así era.

Pero ni un gusto tan grande como cuando los aplasto con un aplauso y se embarran en mis manos. O cuando mi suela de zapato aplasta una cucaracha y se escucha su cuerpo cartilaginoso quebrarse bajo la compresión que triunfalmente ejerzo. Como una víctima que lo merece por estar tan distraída y haberse metido conmigo y mi familia.

Alejadas también tenemos a las gallinas que viven en cajas y que en EUA producen 31 millones de huevos al día y en China 186. Se estima que por año producimos en el mundo 1.6 trillones de huevos. Creo que ese número es algo así: 1,600,000,000,000.
Más del 90% de estos vienen de gallinas que viven toda su vida en cajas de 40 centímetros de alto por 60 de ancho y largo. Más o menos como el tamaño de cuatro cajas de zapatos donde meten de 4 a 10 gallinas.

Es normal.

Dios nos dijo: “Sean fecundos y multiplíquense. Llenen la tierra y sométanla. Ejerzan dominio sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre todo ser viviente que se mueve sobre la tierra”. Los creadores del RAID le hicieron caso. Pero no a Dios sino a los hombres que dijeron a Dios que nos diera esas instrucciones.

La ciencia y la tecnología siguieron esos pasos. La cultura también. Salvamos a los perros y a los gatos, a ellos los vamos a rescatar, vamos a pagar 100,000 pesos por un híbrido de Labrador con French Poodle, pero no igual con los demás.

Hace unos meses fui a casa de mi amigo para cargar por primera vez en mis 35 años de vida a un gato. Sudor, palpitaciones, pupilas dilatadas, fantasías en mi cabeza. Pero lo logré. Y con ello inició una reprogramación que no será rápida pero que me sorprende ahora que unos gatos se instalaron en el sillón de mi terraza y yo no los expulsé, o cuando me encuentro una araña en la escalera y ya tengo varias técnicas para meterla en un vaso y sacarla al jardín.

Mi siguiente paso es unir mi lengua con la lengua de un perro. En estos momentos nada se me antoja más.

El otro día comí venado.  Ahora quiero conseguir un arco e irlo a cazar.
Quiero matar a mi animal. Despellejarlo. Desviserarlo. Flotarlo sobre el fuego.
Quiero honrarlo mientras se chamusca su piel y se escurre su grasa. Ponerle sal y comérmelo con las manos. Que su sangre se quede pegada en mi bigote, que su aroma se impregne en mis uñas.
Y las vísceras, tal vez comérmelas o echárselas a los perros.
Prefiero eso que ir a Costco.

El otro día los gatos se me quedaron viendo mientras hacia yoga. Dog Pose, Cat Pose, Cow Pose. No se sorprenden tanto de ver mi esfuerzo para convertirme en ellos.

Que me vean vivir y morir. O que me maten. Que me muerdan por detrás y me arrastren a sus rastros. Que me dejen con el carnicero para que me cuelgue en un gancho, me limpie y les entregue un rib-eye corte fino de mis costillas o un buen carpaccio de carne.
Que de mi sangre hagan morcilla. Criadillas de mis testículos. Taquitos de seso y tripa. Un Bone-Broth con mis huesos, y mi favorito: unos tacos de mi tuétano. 

Me da miedo tocar un animal, pero soy un animal. Soy animal. A la chingada las tablas de Linneo y los documentales de Discovery Channel.

Quiero babear como perro. Orinar, defecar y copular abiertamente. Cerrar los ojos y guiarme por los sonidos de la noche. Aullarle a la luna como un lobo. No como un lobo. Ser lobo.  

Auuuuuuuuuu

Victor Saadia