Victor parle français

 
 

Victor habla francés
Tan solo oigo estas palabras y una gota de sudor frío aparece en mi frente, un espasmo en mi espalda, una palpitación acelerada de mi músculo cardiaco preparándose para huir. 

Sí. Hablo francés, pero nunca lo hablo.

Ya ni siquiera es miedo. Es un trauma normalizado en mi vida.

El tipo de trauma que no tienes ni ganas de revisar o explicar. El tipo de trauma que ya te acostumbraste a que sea parte de tu identidad. Solo tienes que dejar pasar el espasmo, cambiar el tema y alejarte de esa oportunidad de hablar francés con una mezcla de cobardía, vergüenza, rendición y alivio.

Puedo seguir viviendo con esto. No es como si mi vida dependiera de afrontarlo.
Pero también estoy cansado. Cansado de estar asustado, de sentirme impotente, de sentirme excluido de un mundo que también es mío.

Me gustaría entrar a una sesión de hipnosis para localizar el momento exacto en el que mi psique o mi corazón se quebraron por sentirme juzgado por mi mal acento.
Creo que fue alguna vez que mi papá o mamá se voltearon con alguien que estaba ahí a comentar, con una risa sarcástica y burlona, lo chistosa que sonaba mi É en francés. Esa vocal exclusiva que los franceses nativos no se pueden quitar, la misma que los no nativos nunca podremos alcanzar.

Tal vez ese momento nunca sucedió o sucedió varias veces. O sucedió una sola vez, pero yo lo he re-creado en mi mente cada vez que escucho el idioma y me debato internamente si atreverme o no a pronunciar una palabra.
Re-creo ese momento de quiebre e internalizo ese juicio, esa burla, esa insuficiencia, que vino de afuera pero que ahora me he dicho tantas veces con mi propia voz.

Sí. Tanta repetición quiebra la psique y el corazón. Y entonces, el francés que escucho es siempre un recordatorio de que yo nunca podré acceder a esa fluidez, no tengo lo que se necesita y mi amígdala bien sabe que mi supervivencia está en peligro. Mejor huir.

Lo peor de todo es que mis hijas no solo no heredarán el francés, sino la aversión a lo difícil. La actitud cobarde de no intentarlo, la creatividad de mis mecanismos de evasión.

Este pequeño trauma cortará la línea francoparlante de mis ancestros.
Esto me da aún más cólera y sentido de tiempo perdido.

Ahora no solo sufro por mi trauma, sino que vivo enojado por no afrontarlo. Enojado con el que me traumó, enojado conmigo, enojado con los franceses pedantes que discriminan a los que no hablan igual, enojado con la vida que me puso en esta situación.

UFFF.

(Pausa para respirar)

(La amígdala se calma un poco)

Cómo me encantaría sanar.

Quiero sanar.

Pero no quiero decir ni hacer lo que se necesita para lograrlo: Terapia de Exposición.

Exponerme a lo que me da fobia. Subirme al avión y respirar. Cargar la serpiente y respirar.
En este caso, ir con mis papás -que a final de cuentas son a los que proyectamos nuestras necesidades de aprobación aunque no siempre son los que causan estos autojuicios-, y hablarles en mi francés con la É que tengo sin practicar por 34 años y con el vocabulario que dejé estancado en mi infancia.

 
 

C'est le français que je peux parler. Je ne peux pas continuer à me cacher de qui je suis. Je ne peux pas continuer à m'excuser ou à demander la permission.
Je ne veux plus avoir honte de qui je suis.

(Este es el francés que puedo hablar. No puedo seguir escondiéndome de quién soy. No puedo seguir pidiendo disculpas, ni permiso. Ya no quiero sentir vergüenza de quién soy.)

Este es el primer paso del resto de mi vida. Y tal vez, cada vez que oiga francés y decida acercarme a intentarlo, aunque no me salga, especialmente si no me sale, es que estaré afirmando mi lugar en la vida. Afirmando mi esperanza de que no importa si perdí 34 años o 340, no importa si me quedan 50 o 5,000 por delante, siempre podemos sanar.

Este es mi francés imperfecto. ¿Platicamos?

Victor Saadia