Sueños húmedos y Psicología_
Los pintores surrealistas tenían una técnica peculiar para cultivar su creatividad. Se quedaban dormidos con una cuchara metálica en la mano para que, al relajarse, el utensilio cayera y los despertara repentinamente. En ese momento, al tener acceso casi directo al subconsciente, se ponían a pintar lo que soñaban.
Esto se está escribiendo al despertar en la mitad de la noche. No por que se cayó una cuchara sino por haber eyaculado en mi pijama.
Resulta que hace unas horas, en una cena, platiqué con un conocido que estudia psicoterapia y admití en voz alta algo que nunca había admitido: Yo también quisiera estudiar psicoterapia.
Por eso creo que el sueño que recién me despertó no fue uno cualquiera. Porque soñé con mi maestra de Psicología de la prepa. Y la humedad vino justo después de besarnos cuando ella terminaba de leer un ensayo mío sobre la materia.
Durante el año que tomé la clase de Psicología tuve una relación contenciosa con mi maestra. Ahora veo (aunque nunca he estudiado seriamente la Psicología), que tal vez había algún tipo de energía sexual entre ella y yo. O más seguramente, solo entre yo y ella.
Yo fui algo famoso entre mis compañeros y maestros por dormirme en todas sus clases y recibir 1 de calificación en el rubro de “participación en clase”. Fingía que no me interesaba la Psicología. Fingía que odiaba a la maestra. Pero realmente algo de sus temas me fascinaba. Me encantaban los insights de esta ciencia tan irreverente y curiosa que hacía taxonomías de las causas y efectos de lo que sucede en la mente y sus trastornos.
En la prepa estos no los aprendí como insights profundos sino como conceptos que había que memorizar para pasar el examen. No solo en Psicología, sino en cualquier materia, la idea era únicamente memorizar las categorías, nombres y fechas, para poder contestar la sección de verdadero o falso, la de une las líneas y la de opción múltiple. Así fue como aprendí de la coprofilia, la urofilia, el fetichismo, el voyerismo y otros trastornos de la sexualidad que nos daban risa pero que tampoco considerábamos en serio como algo que sucedía a los humanos. Más bien a los muy enfermos que solo están en los libros.
Para pasar el examen bimestral tenías que aprender a describir en pocas palabras lo que era el Complejo de Edipo, el de Electra, el trastorno que sucede cuando el secuestrado se enamora de su secuestrador, el famoso Síndrome de Estocolmo. Aprendimos muy breve y superficialmente las escuelas de la psicología como el estructuralismo, el conductismo, el humanismo, el psicoanálisis.
Recuerdo muy bien haber anotado en mi cuaderno los nombres de Freud, Jung, Adler. Y claro, el famoso Abraham Maslow y su pirámide. Cuánto sentido tenía para mí lo poco que nos explicaban de sus teorías. Me fascinaba la idea de que unos científicos podían saber lo que sucede dentro de nuestros cerebros. De hecho, parecía más que estos científicos no descubrían lo que sucedía en la mente, sino que, al ponerle nombre a las experiencias de sus pacientes, lo inventaban. Parecía que estos síndromes solo existían después de que los psicólogos los hubieran escrito en sus libros. La ciencia y el lenguaje como creadores, y no como descriptores, de la realidad.
Me pregunto si la vez que me excité por escuchar orinar a una amiga mientras la esperaba fuera del baño, sucedió antes o después de haberme topado en clase con el concepto de urofilia.
De hecho, eso es lo que dicen de Freud. Que nos pasamos criticando todas sus equivocaciones y no nos damos cuenta de todos sus aciertos porque los damos por sentado como parte de la realidad y la naturaleza. Hablamos del consciente, subconsciente e inconsciente como realidades de las que nadie tiene duda y nos enfocamos en criticar a Freud por sus errores y fijaciones sexuales.
No recuerdo haber tenido una fantasía sexual consciente con mi maestra de Psicología. Pero no estoy seguro. Me es curioso que tal vez no estudié Psicología por la relación contenciosa que tenía con ella y me pregunto si hoy que admití que siempre me hubiera gustado estudiarla, este círculo se está cerrando como cierran muchas reconciliaciones: con una relación sexual. No la mía con la maestra sino la mía con la Psicología.
Porque, y esto sí se siente como insight, la maestra puede ser el símbolo onírico que mi cerebro usa para acuerpar a La Psicología. Aunque no se necesita saber mucha Psicología para decir que todo esto bien puede ser la historia de un puberto que se emocionaba porque una mujer le ponía un poco de atención.
Tal vez expresé rebeldía porque me gustaba la maestra y quería su atención. Tal vez quería mostrarle que, aunque me durmiera en clase, aunque me pusiera la calificación más baja en participación (porque 1 es más humillante que 0), yo tenía la capacidad de pasar los exámenes con las calificaciones necesarias para compensar el puntaje de participación y no solo evitar reprobar sino también exentar el examen anual. Para los jóvenes flacuchos y llenos de barros, demostrar poderío a veces solo se puede así.
Cómo me gustaría ver mi cuaderno de quinto de prepa. Me gustaría ver y analizar los dibujos que tal vez hacía en los márgenes, de ver qué otras cosas nos hacían memorizar, de ver qué otros trastornos sexuales nos describieron y yo memoricé, pero que ahora mi mente consiente no puede nombrar. Estarán guardados más profundamente y tal vez las conversaciones y los sueños que tendré en otros 20 años los revelarán.
Me da mucha curiosidad saber qué nuevas intuiciones o insights vendrán ahora que mi inconsciente se reconcilió tan somáticamente con la maestra y su Psicología. Qué cosas dejaré de reprimir. Qué cosas seguiré ensoñado. Qué cosas me despertarán a la mitad de la noche.
Por cierto, sigue siendo de noche. Mejor apago el celular y me vuelvo a dormir antes de que amanezca.