Réquiem por un sueño

"No sé por dónde empezar a leer para quitarme un poco la ignorancia. Más con el ánimo de empatizar que con el de comprender".

Así me escribe un amigo por WhatsApp que dice no entender el conflicto. Que se siente ignorante, pero que eso no quita sus ganas de acercarse y abrazarme.

Dice algo muy profundo y muy cierto: No quiero quitarme la ignorancia para comprender, sino solo para empatizar.

¿Sabes qué, querido amigo? Yo también quiero empatizar, pero no sé cómo. No sé cómo hacerle para sentir lo que alguien tiene que sentir para poder mutilar el cuerpo de un desconocido y celebrar con júbilo al compartirlo con millones de personas.

Me paso el día viendo esos videos y siento la fractura en mí. No solo por despellejarme en shock, enojo, ira, tristeza, impotencia, desesperación y odio, sino porque siento que un sueño que nunca había puesto en palabras, se difumina en el horizonte de lo posible. El dolor es la certeza de que ese sueño no será para mi generación, y ahora sé que tampoco para la de mis hijos y nietos.

Estos cuatro días han sido un recordatorio muy visceral de que la supuesta normalidad y ausencia de conflicto a la que me acostumbré por pocos años, no ha desaparecido. Al contrario, las fuerzas del odio estaban cocinándose en silencio para estallar con más fuerza. Esto pospone mi sueño por otros 500 años.

Nunca he disparado una pistola, pero si estuviera ahí, no tengo duda de que metería mil disparos. Ver a mis hijos desaparecidos durante un concierto, saber que los van a matar de las formas más atroces, no tengo duda de que yo haría lo mismo con los de ellos.  
A mí nunca me han dado ganas de violar a alguien, pero viola a una de mis hijas y en el impulso momentáneo, yo violaré a las tuyas por 20 generaciones.

Ahora duelo anticipatoriamente que no habrá en esta generación suficiente espacio para doler sin odiar, que no habrá en esta generación suficiente espacio para sanar sin regresar el golpe. Al contrario, la misma dinámica de supervivencia de la humanidad seguirá probándose efectiva. Blancos contra negros. Buenos contra malos. Legítimos contra ilegítimos. Racionales contra irracionales. Duelo por esta verdad que seguirá siendo verdad por 500 años.

En estos días de confusión quiero y no quiero la empatía con los judíos. La pena es de todos y no solo si eres judío.
Además, en el arco de la historia, empatizar con un bando es desempatizar con otro. Es desempatizar con lo Humano. Aunque estoy en un punto en mi vida en el que, si me pones en medio de las calles de París o de Nueva York, no tengo duda de qué lado de la manifestación yo estaría. Pero, en silencio, trataría de ver las caras del otro lado -que tampoco tienen duda de estar del lado correcto- para ver si ellos también tienen dudas de que escoger un lado sirve por un rato, pero no para siempre. Quisiera ver si tienen dudas, de que al gritar -porque hay que gritar- la salvación es posible solo si eres el que grita más fuerte.

El papá de este lado que pierde a su hijo grita igual que el papá del otro lado que perdió al suyo. El gemido es el mismo. Lo sabríamos si escucháramos las cuerdas vocales estremecerse y no el idioma con el que cada quien suplica a su dios y maldice al del otro.

La empatía en 500 años no puede escoger un bando. La empatía, algún día, será por la herida colectiva. Por la Historia de Separación, de superioridad, de creerse el pueblo elegido, de saberse mensajero legítimo del que supuestamente tiene el plan maestro humanitario.

500 años para permitir que el trauma del que recoge las extremidades regadas en el asfalto, del que se mete a golpes a casa de alguien para tratar de rescatar el cuerpo de su compañero para que su familia tenga un cuerpo que lavar y llorar, del que aprieta los botones de guerra, 500 años para que todo eso pueda dolerse.  

Para que las ganas de venganza se sepan fútiles y pueda ver al enemigo a los ojos y decirle que, si estuviera en la entereza de sus circunstancias, estoy seguro que haría lo mismo.

500 años para que dejemos de ver la vida como una moneda de dos lados. Para que haya empatía por lo Humano, no por algunos humanos. Porque esto no es un tema de individuos, sino de ideas que generaron heridas que lo ha vuelto un tema de individuos.

500 años para poder ver al otro y no apretar el gatillo que todas tus células van a querer apretar. Vomitar frente a la otra persona en vez de apretar el gatillo. Gritar en vez de apretar el gatillo. Suicidarse tal vez, en vez de apretar el gatillo.
500 años para poner tu cabeza y arriesgar que te la corten, en vez de pensar que tu podrás subsistir cortando la cabeza de los demás.

Las armas no son las que nos van a matar, sino el dolor que repetimos generación tras generación. Las armas matarán a muchos, pero el dolor de generación tras generación nos aniquilará. Tal vez habrá cuerpos biológicos caminando las ciudades del futuro, pero no serán cuerpos humanos.  

500 años son muchos para los tiempos bíblicos, pero pocos para los tiempos de la vida. Este es mi recordatorio visceral.

Réquiem por la pesadilla que estamos viviendo. Réquiem por el sueño de pensar que pronto se acabará.

Lágrimas por los muertos. Lágrimas por los vivos que estamos muertos.

Lágrimas que tengo el privilegio de llorar, no solo porque mi vida no está en peligro en este momento, sino porque aún no he perdido la capacidad de hacerlo. No me han matado a nadie para que quede seco, no me han matado a nadie para estar condenado a vivir desde esa sequedad. El terror es perder la capacidad de llorar.

500 años de terror, de incomprensión y de media-empatía.

Réquiem por el sueño de mi generación.

 

 

Victor Saadia