A las guías de mis hijas_

La historia más conocida de la educadora María Montessori cuenta que un día olvidó cerrar con llave los cajones en donde se guardaba el material didáctico. Al llegar al salón al día siguiente, los niños habían sacado los materiales y trabajaban con ellos sin intervención de los adultos. A partir de entonces siempre estuvieron al alcance de los alumnos, teniendo la libertad de elegir su material.

Poco importa si esta historia es apócrifa o no, porque a todos nos resuena.

¿Por qué tendríamos que llegar al mundo y esperar a que un adulto nos diga qué y cuándo hacer? ¿Un adulto al que también le guardaron sus materiales cuando él creció?

Recuerdo perfectamente el día en que Pam vino a hablar con los vecinos sobre la posibilidad de hacer un espacio de aprendizaje para nuestros niños que se quedaron sin escuela presencial por la pandemia. Entró con su turbante blanco e inmediatamente me cayó bien: alguien que se viste diferente, que se siente segura en su cuerpo, que viene no solo a ofrecer servicios educativos, sino que también los viene a pedir.

Porque Pam llevaba un tiempo vendiendo y rentando casas, pero en su sangre tenía un llamado que solo grandes fuerzas como las pandemias permiten materializar. Así que casual o causalmente, la pasión codificada en sus genes, y sus estudios de guía Montessori, se reactivaron a toda fuerza.

Empezamos en una ludoteca, más rodeados por juguetes que por materiales, más tratando de cumplir el horario que un programa específico, porque en cualquier momento Gatell podía levantar el semáforo rojo y regresarnos a la normalidad. Y por eso no pasaron ni 5 minutos, cuando Ale se sumó al equipo y sin entrenamiento y con puro amor, parecía que llevaban haciendo esto toda la vida. O tal vez, más de una vida.

Pam sabe mucho, estudia mucho, lee mucho. Pero eso no es lo que la hace la mejor guía. Lo que la hace la mejor es que ella se ve a sí misma en los niños. Realmente se está cuidando, se está guiando a sí misma. Ella ama a los niños porque ama a la niña Pam que ella es hoy en día. Al escucharla hablar con los chiquitos, Pam me da la sensación de que está viendo el mundo por primera vez. Por que lo está.

Por eso me hace preguntarme qué es la educación. ¿Una transferencia de ideas, fórmulas y conceptos? ¿O vernos a los ojos y sentirnos y sabernos vivos? Con una mirada, el adulto le agradece al niño por hacerle sentir vivo, y el niño, con su mirada, solo le agradece al adulto que éste le permita seguir siendo siempre niño.

Por eso Ale tiene tanta fuerza como guía. Porque está aprendiendo más que enseñando. Porque pregunta más de lo que cree saber. Porque en el silencio se siente cómoda. Porque nunca imaginó estar tan cerca de unos chiquitos que no saben nada de la vida y lo saben todo.

El paso de la ludoteca a un espacio octagonal en medio de la selva lleno de materiales Montessori fue menos una decisión y más una progresión natural. Como la oruga que no decide pasar a ser mariposa. Como el tamarindo del árbol que no decide madurar para caer y ser comido. Solo sucede.

¿Será que esa es la educación? ¿Observar atentamente lo que solo sucede?

Todos llegamos al mundo y somos piezas dentro de instituciones que estaban antes que nosotros: el hospital, la escuela, el trabajo. Al ser tan grandes, al llevar tanto tiempo, no sentimos que tenemos poder sobre ellas para cambiarlas. Alguien así lo puso, y como se lleva haciendo de esta forma por siglos, ésta debe de ser la forma idónea. Así pensamos.

Pero ahora mis hijas tuvieron el privilegio de ver, tocar y construir los cimientos de su institución. Ver, tocar y construir los cimientos de su vida. De LA vida.

No solo en la co-creación intergeneracional con las grandes mentoras de Pam como su abuela y su madre, no solo en co-creación con los padres-niños de estos niños, sino también con las ranas, tlacuaches, tamarindos y palmeras con las que se edificó el octágono y forma la familia interdependiente que permite nuestra evolución y sustentabilidad como especies.

Voy a extrañar ir a cenar con las guías de mis hijas y pasar la noche únicamente hablando de los niños. Voy a extrañar conocer a mis hijas a través de sus anécdotas, y de las fotos y frases que postean en Instagram. Voy a extrañar vestirlas en short y chanclas para llevarlas a la escuela y que sean recibidas en short y chanclas por sus guías. No solo en términos de vestimenta, sino de filosofía de vida.

Voy a extrañar la tranquilidad de saber que mis hijas están en el lugar correcto, no porque ya saben multiplicar y dividir y todos los estados de la República, sino porque reciben amor y admiración, porque reciben el sentido de que este mundo es de ellas y ellas son del mundo. Y se sienten merecedoras, suficientes y partícipes activas en el desenvolvimiento cósmico de la vida.

Dicen que la educación es estar en movimiento: viajar, descubrir lugares, personas, lenguajes, metodologías. Estoy de acuerdo. Pero qué difícil se vuelve esto cuando uno está en los lugares correctos. A mi esposa y a mí nos queda claro que no estamos buscando algo mejor, sino diferente. Dudamos de esta decisión. Y lo único que tenemos en este viaje es a nosotros y a nuestras chiquitas. Tal vez esta es otra de las definiciones de educación: la profundidad de nuestras relaciones mientras flotamos pasajeramente por los distintos lugares de la vida.

No porque tenemos relaciones, sino porque somos relación. Y las verdaderas relaciones, estamos seguros aunque a veces dudamos, trascienden los espacios y los tiempos.

Mis hijas siempre tendrán esta edad donde sus guías tocaron su alma.
El cambio de ropa, de acento al hablar y de intereses que vendrán con el cambio de residencia, solo enriquecerá esta edad donde sus guías también se quedarán. No porque estemos en contra del envejecimiento, sino porque todos somos niños que cambian de closet, de cuerdas vocales y de planes. Este es el desenvolvimiento cósmico de la vida.

En estos materiales vivirán nuestras vibras, en estos atardeceres acapulqueños vibrarán los materiales de los que estamos hechos. Seguiremos co-creando con otros fundadores también de linaje educativo, con otros padres-niños con miles de sueños para sus hijos, y en vez de tlacuaches, tendremos ardillas, en vez de tamarindos tendremos moras, en vez de palmeras serán coníferas.

Todos ecosistemas educativos. Todos ecosistemas de interdependencia. Todos ecosistemas de amor.

Gracias por recordarnos no guardar los materiales bajo llave. Por recordarnos que podemos elegir los materiales con los que seguiremos construyendo la vida. La educación no es más que este constante recordatorio.

Victor Saadia