Reunión de Generación_

2024 marca el aniversario de 20 años de habernos graduado de la prepa. Estamos decidiendo si organizar una reunión de generación. Y si se hace, muchos de nosotros estamos ponderando si ir o no.

No es una decisión obvia.

20 años parece mucho tiempo para reencontrarte con gente de tu pasado. Pero 20 años no son nada. Podrían ser 200 y sería lo mismo.

Porque reunirte con tu generación, tanto con los que sigues frecuentando como con los que dejaste de hacerlo, o con los que siempre fueron parte del telón de fondo de tu vida, es como reunirte contigo mismo@. Y en 200 años nadie deja de ser quien es.

En uno de los libros de Joe Dispenza se expone un estudio científico en el que invitan a personas de 70 años a un retiro de una semana y les piden que lleven cosas de cuando tenían 20. Ropa, sus grabadoras y cassettes, libros. Cuando llegan al retiro, se encuentran con que todo a su alrededor, el mobiliario, la decoración, los programas de televisión, son los mismos que tenían hace 50 años.
Los médicos miden sus niveles biológicos de varios marcadores antes, durante y después del retiro, y se dan cuenta de que después de pasar tan solo siete días comportándose como jóvenes, han revertido, por un breve periodo, su edad biológica.

Su cuerpo, su mente, sus células, y hasta su ADN, se creen la historia de que son jóvenes, y entonces, son jóvenes otra vez. No solo en la ideología, sino en la biología.

¿Será que cuando vamos a la reunión de generación algo así sucede?
¿Qué pasa si te encuentras con que tu infancia y adolescencia no era nada más escuchar cassettes, comer dulces y abrazar a tus amigos?
¿Qué pasa si un viaje al pasado te lleva a esa parte de ti que aún sigues siendo pero que has reprimido? Es decir, ¿que el pasado no es pasado?

Esa noche te hace vivir otra vez las primeras veces que sentiste ansiedad, vergüenza, apatía, exclusión, rencor, envidia, insuficiencia, celos. Al mismo tiempo, sientes gratitud, afecto, intimidad, pertenencia, cariño, deseo y amor.
Con esta gente no solo sentiste por primera vez, sino que esa primera vez determinó cómo se iban a seguir sintiendo estas emociones por el resto de tu vida.

Pueden pasar 20 años, pero para ti “Eduardo” siempre será el Eduardo del camión que te pegaba. Un bully que te hizo experto en esconderte en el recreo y experto en sentirte débil e inferior. Diana siempre será la presumida pero insegura, Daniela la tonta que casaron sus papás antes de que pudiera salir de viaje por sí sola, Lucía la que te robaba el novio y la que siempre te tuvo envidia. Mira nada más como te barrió con la mirada cuando entraste por la puerta 20 años después.

Nos caga que a nosotros nos reduzcan a una sola cosa, pero lo hacemos todo el tiempo con los demás. Y más con la gente de nuestra infancia.

Imagínate estar ahí, con una copa de vino en mano y toparte con Marcos. Tu inconsciente sabrá para siempre quién es él. Tal vez lo saludas y no dices nada, tal vez te pararás de forma oblicua frente a él mientras platicas con alguien más, esperando a ver si se acerca a saludarte o no. Tal vez los dos se evitarán toda la noche.

Pero evitar a alguien solo reafirma su huella en tu identidad de hoy.
Esto es lo que nos recuerdan los sueños que seguimos soñando 20 años después. Porque todos nos seguimos soñando entre nosotros. Amistades rotas, sexualidades no consumadas, decepciones compartidas, éxtasis primerizos, lecciones medio aprendidas.

De la generación no solo salen tus mejores amigos, sino también los arquetipos de las personas que hoy en día denominas enemigos. Con esta gente aprendiste a reír o no, a llorar o no. Con algunos hiciste planes de casarte y lo hiciste, con otras hiciste planes de escaparte de la realidad. Y lo hiciste. O no.

En esta noche eres joven otra vez y viej@ otra vez.
La operación de chichis de alguien más, o su full body, es un espejo para ver si quedó mejor que el tuyo. O tal vez tu habías decidido puro botox y cremas, pero esta noche te hará reconsiderar.
Por eso ver a tu crush con arrugas y lonjas, o con canas y joroba, va más allá de una decepción. Es un recordatorio de mortalidad que va más profundo que ver muertos en las noticias o de ver muertos en tu familia. Esta es tu gente envejeciendo, eres tú. Otra oportunidad que esta noche te regala para presenciar la imperfección de la vida y sentir el anhelo que siempre querrás, pero nunca tendrás, de recobrar la ingenuidad de los 16 años para reemplazar tu semiderrotismo de hoy.

20 años después vamos a ver quién se quedó con quién. Quién hizo dinero o a quién se lo heredaron. Quién no ha podido hacerlo y repite el patrón que ya le conocíamos. Quién se quedó amargado. Quién se fue a la religión. Quién se salió de ella. Quién sigue en guerra con los demás y solo quiere demostrarse. Porque puedes ser el más exitoso, pero al estar frente a los bullies de tu pasado, tus inseguridades florecerán de la misma forma que lo hacían en las primaveras de hace 20 años. Presumirás de más y tratarás de probarles por fin que no eres el fracaso que habían diagnosticado para ti.

Hace 10 años la estadística que hacíamos cuando nos encontrábamos con nuestros excompañer@s en algún centro comercial, era contar los que se habían casado. Ahora, a los 20, ya hacemos la lista de los divorciados. Pero a los ojos de los que somos hoy y haber sentido la complejidad de la vida, los divorcios no son tan mala noticia. A veces parece que l@s divorciad@s son los que se sienten, y, por lo tanto, los que son, los más jóvenes.

Lo que más impresiona es que aunque no sabes exactamente como se desenvolvió la vida de cada quién, parece que fundamentalmente todos somos iguales a como éramos hace 20 años. Pocos son los que se salieron completamente de lo que era predecible cuando hicimos el anuario.

Eso asusta.

Aunque también, 20 años del 2004 al 2024 no son lo mismo que 20 años entre el ´74 y el ´94. Tan solo por Facebook. Porque aunque nos hemos dejado de ver por 20 años, la historia de la vida de los demás nos ha seguido llegando. Por lo que verte ahora, y ver en qué te has convertido, no es tampoco una total sorpresa.

Recuerdo que uno de mis compañeros de los que salieron del closet unos años después, me sentaba en sus piernas y me toqueteaba. Esto era una exploración para los dos y por eso no lo culpo. Yo también exploré cosas que infringieron límites, aunque a esa edad, las líneas de los límites no son las mismas que las líneas de los adultos. Aunque a veces pensemos que sí.

¿Quién se va a atrever a pedir un perdón? ¿Quién se atreverá a rememorar algo incómodo para tratar de acomodarlo en un lugar diferente de su identidad? ¿Quién se atreverá a ver a alguien a los ojos y darse el tiempo de observarlo como si fuera alguien nuevo?

Como yo, que senté a uno de mis amigos en una banca afuera de la cafetería y le dije, en nombre de todos, que no podía venir con nosotros a nuestro viaje después de la prepa. O ¿qué me dirá el que me pegaba y bulleaba, pero me pedía siempre aventón y hacía como si eso nunca hubiera sucedido?

Tal vez aún en su memoria de hoy eso nunca sucedió.
Qué horrible es saber que las cosas que más te hirieron o marcaron no están en la memoria de los que las perpetraron. Y esto aplica igual para mí: ¿cuántas heridas infligí y ni me di cuenta?

¿Será esa noche idónea para hablarlo, o al menos pedirte tu whatss para buscarte después y mandarte un voice que reconozca que eso sí pasó? ¿O la noche será demasiado corta para entrar en esos temas y mejor chupar y celebrar? Juntarme con lo que es familiar, como en el recreo.

Falta un año para esa noche y ya estoy sintiendo la tensión sexual que estará flotando en el aire. Porque nuestra educación en el tema viene de ahí y no solo porque compartimos clases donde nos enseñaban a usar un condón. Con esta gente no se hablaba del tema, se vivía. Con esta gente fantaseabas desde tu pupitre y no sólo cinco minutos al día. Con esta gente experimentabas todo por primera vez. Un roce de manos, una mirada furtiva, un jaloneo esporádico, un beso que se queda para la eternidad.

Esta gente inventó tu sexualidad. Las caricias inocentes en la sala oscura del audiovisual, la pulsera que te regalaban cuando volvían de un viaje, los uniformes pegaditos que ensalzaban esas curvas interminables e inolvidables. En mi piel están los calzones que a veces se asomaban por sus jeans así como el aroma de sus shampoos.

Muchos fantaseamos con Brad Pitt o Angelina Jolie. Pero muchas de estas fantasías siguen siendo con esta gente.
Cualquier fantasía en el futuro de tu vida -ya sea sexual, de estatus, de dinero o de lo que sea-, siempre trae consigo la esencia de las primeras fantasías.

¿En dónde estás el día de hoy para que puedas seguirte observando, observando a los demás?

El que dejó atrás un cáncer. La que perdió a un papá o hermano. El que se quedó sin chamba. El que sobrevivió al naufragio de un crucero. La que sufrió abuso, el que no ha dejado los ansiolíticos, el que no deja de entrar a rehab por adicciones.

Todo esto está dentro de las estadísticas poblacionales. La pregunta es: ¿qué parte de la estadística soy yo? ¿Y cómo la estoy viviendo?

La reunión de generación dura unas pocas horas, pero disloca la idea de que el tiempo es lineal. No solo está llena de déjà vus, sino de historias que empezaron a escribirse y que se interrumpieron. ¿Qué hubiera sucedido si te hubieras llevado más con esa persona, o esa persona no se hubiera mudado, o nunca te hubiera dicho lo que te dijo?

El tiempo se disloca cuando sientes, por un lado, lo raro de haber sido tan cercan@ a alguien y ahora verlo como un completo desconocido, y por el otro y al mismo tiempo, que la memoria muscular sabe exactamente qué postura tomar frente a alguien más, qué chistes contar, qué palabras utilizar. Si fueras dormid@ a esa reunión, tu cuerpo sabría perfectamente como interactuar con casi cada una de esas personas. Como retomando una conversación que dejamos en la banca del patio, entre recreo y recreo.

No es fácil decidir ir a esta reunión porque esta noche es un recordatorio de lo desconocido que eres para ti mism@. Tan maleable por las circunstancias, tan presente en tu pasado, tan incierto en tu presente.

Pero esto no es mala noticia, tampoco. Porque es posible que solo te presentes esa noche, no a demostrar a los demás quién eres, sino a observarte siendo alguien diferente, mientras tienes estos estímulos y recordatorios de quién fuiste. Y solo tú lo sabrás.

Esta es la prueba de fuego: la observación que puedas tener de ti mism@ en una noche en la que colapsa el tiempo y el espacio. Donde estás frente a la estructura misma de tu cognición y de tu identidad. Donde hay tantas emociones y energías jalándote y empujándote en todas direcciones, que hasta las canciones del playlist te estarán atravesando.

¿Cuánto de tu consciencia podrá ver que la crueldad de tus bullies venía de su confusión y desaprobación? De saber que, a la mayoría de ellos, es decir, a la mayoría de nosotros, nunca se nos permitió expresar vulnerabilidad. Nunca se nos permitió expresar en ese tiempo, así como en éste, que no tenemos claras las instrucciones de cómo vivir. Que aún estamos tratando.

Yo quiero ir a celebrar eso. Celebrar el no-saber. Celebrar que puedo escribir mi futuro al revisitar mi pasado. Que puedo ver a los ojos a estos espejos, y como con cualquier espejo al que se le mira por suficiente tiempo, ver más allá de la superficialidad. Que la vida no es blanca y negra. Que el tiempo no es pasado y futuro. Y que a pesar de todo y que, gracias a todo, somos los que estamos aquí. Y que yo soy, gracias a ti.

Quiero estar ahí con una cerveza en mano recordando mi plasticidad de esa noche y permitir a mi ADN soltar lo que no sirve y acuerpar lo que sí.

Sonreír. Brindar. Bailar y bendecir este presente que colapsa el tiempo y que me lo vuelven a poner enfrente para que esta noche no se trate sólo de sobrevivir, sino de afirmar.

Así que, aunque falten varios meses para esa reunión, no te sorprendas si desde ahora estás pensando el pretexto que te darás a ti mism@ para no ir, y al mismo tiempo, estás empezando a pensar qué te vas poner.

Y no te sorprendas tampoco, cuando llegue esa noche y pases un poco más de tiempo de lo normal frente al espejo, maquillándote.

Victor Saadia