Miedo_
Era una cabina de piedra gris de dos por dos. Una silla, una pequeña mesa, un calendario del año ´97 colgado en la pared. No había mucho más. Solo algo muy importante sobre la mesa: un teléfono analógico, bastante sucio y viejo. Era la cabina del guardia del lugar al que fui de campamento con mi equipo de futbol. Y ese teléfono era la única forma de comunicarme con el mundo exterior. O más bien, con mis padres, a quien extrañaba y necesitaba para poder sobrevivir.
Dos días enteros me quedé observando ese teléfono. Lo vigilaba fijamente invocando su timbrado. Mis padres me avisaban la hora a la que iban a llamar y yo inventaba cualquier pretexto al entrenador para irme a esperar una, o tal vez desde tres horas, antes de la hora acordada.
No tenía nada que decirles. Solo escuchar su voz. Tal vez pedirles, sin hacerlo, que fueran por mí. Que me llevaran a casa. No podía respirar.
Mi padre no podía ver mis pupilas dilatadas, pero las oía en mi voz. Así que se subió a su coche y manejó dos horas para estar conmigo. La voz y las palabras tienen su límite.
Hace unos días pasé yo también por mi hija a casa de su mejor amigo. Eran las 10:30 de la noche y sonó el teléfono. “Papá, ven por mí, me duele la cabeza”. Yo escuchaba sus pupilas dilatadas.
La psicóloga de la escuela dice que E. está en la edad donde los miedos se vuelven reales. No es solo la narizona bruja de Blancanieves que envenena la manzana, no es solo el lobo que te va a comer, es saber que los padres de tus amigos se divorciaron, es saber que los hermanos de tu familia se murieron, es saber – no, es sentir- que tus padres no van a estar ahí siempre. Como los de Harry Potter, que empezamos a leer en voz alta, y ahora no es solo una historia de ficción, sino su papá explicándole que sí, Harry creció sin papás.
Antes -y tal vez aún sigue pasando así con sus hermanas pequeñas-, le daba miedo por Harry. Ahora le da miedo por sí misma -porque aunque nadie lo diga directamente-, ésta es la condición, éste es la materia trágica de la que está hecho todo lo que conoce.
Para mí fueron Titanic, Face/Off, La Leyenda del Jinete Sin Cabeza y Enterrado Vivo.
Los barcos sí se hunden y las historias de amor se acaban de forma abrupta y fría. Los malos se hacen pasar por buenos y literalmente se cambian la cara. Los hombres viven sin cabeza y matan por ello. Y muchos vivimos enterrados vivos.
La ficción revela lo que la realidad esconde. Por eso es más fuerte aun cuando tu padre es el que te cuenta el cuento y te va explicando ciertas cosas que apenas medioentiendes. Realmente no importa si hay unicornios o no, las emociones, las pérdidas, son reales para los magos y los muggles.
Yo tampoco me podía dormir solo. Yo también necesitaba la puerta totalmente abierta y la luz prendida. De hecho, cuando voy a la cocina en las noches, aún meto primero la mano para prender la luz y después entrar. Como un tic aprendido desde que los hombres entraban en las cavernas.
“Por favor, déjame dormir en tu cama esta noche” “Solo por hoy” “Quédate conmigo” “No te vayas” “Por favor” “Por favor” “Por favor”.
Aunque el primer impulso es decirlo, me cuesta mucho decirle: “no tengas miedo”. Es como decirle a un humano: no respires, no abras los ojos, no tengas hambre.
“Yo también tenía miedo de chico y sigo teniendo miedo ahora”.
¿Cómo transmitirle esto dándole seguridad sin mentirle? Tal vez evocar a mi padre que manejó dos horas porque la voz y las palabras tienen su límite.
Quisiera esperar más años para entrar en estos temas, porque pienso que algún día estaré más preparado. Quisiera que mi niña tenga unos añitos más de inocencia sin el miedo existencial de la vida, pero, como las películas, las muertes y los divorcios, una vez que los ves, se quedan para siempre.
Cuéntame, ¿de qué tienes miedo?
No no no. No puedo decirlo.
Cuéntame. Aquí estoy.
No no no. Es algo horrible que no quiero decir.
Dilo por favor, aquí estoy contigo.
Miedos de E.:
Que se divorcien mis papás
Que alguien entre a la casa
Que se mueran mis papás
Que roben a mis hermanas
Mis miedos:
Quedarme sin dinero
Que me de cáncer
Que le de cáncer a mi esposa o a alguna de mis hijas
Que me roben mi vida
Ella a sus 8 y yo a mis 38 le tememos a lo mismo. La soledad y la muerte. La pérdida de lo que más queremos. El atrevimiento de la vida de lanzarnos aquí, hacernos sentir en casa, oler nuestras deliciosas pijamas que huelen a sueños y a inmunidad, y al mismo tiempo saber que esto se acabará de alguna forma. En cualquier momento comeremos una manzana envenenada. Detrás de cada puerta, un lobo que nos comerá.
Por lo menos quitémonos el miedo de decir los miedos por miedo a que se cumplan. Lo harán.
Quitémonos la vergüenza de que alguien más sepa que tenemos miedo. Lo saben.
Chiquita linda:
Aunque a veces me confundo y no sé si estás haciendo berrinche o bien, tu cognición, pupilas y respiración han sido secuestradas por la emoción más primordial. A veces te grito porque yo también tengo miedo, o estoy cansado, o siento que gritando es la única forma de sacarte del trance. Te grito porque te quiero abrazar sin hacerte dependiente del abrazo. Te invito a mi cama para que huelas mi pijama y te acuerdes de ese olor aun cuando en algunos años ya no lo necesites más. Te escribo para que sepas que somos magos y muggles, unicornios y lobos. Y porque también veo que la oscuridad, la pérdida y la tragedia no son contrarios a la vida.
El miedo a que tus padres salgan por la puerta de tu cuarto, es también una puerta para entrar en el grandioso misterio de este amor que nos tenemos. Y que tenemos juntos por la vida.