Silencios a voces en familia_

Hay una historia que cuento sobre mi familia que siempre captura la atención de quien la escucha.
Es lo que más recuerdan de mi muchos de los desconocidos con los que me cruzo en la vida. Es una historia para Hollywood, o más bien, es una historia real que cuando la escuchamos nos da esperanza porque tal vez todas las demás historias de Hollywood y Disney pudieran ser verdad.

Mi abuelo materno nació en Beirut en los años 20. Cuando tenía veintitantos años se enamoró de una muchacha poco menor que él. Eran felices y el “fueron felices para siempre” los esperaba a la vuelta de la esquina. Excepto que él no tenía dinero y ella pertenecía a la aristocracia.

Decidieron escaparse a Francia.

Aplicaron a la visa de viaje y quedaron de verse en la estación de tren para irse juntos y nunca volver. Pero a ella la encerraron en casa. Su padre se enteró de su plan porque el cónsul que emitía las visas era su amigo y le cerró la puerta.

Mi abuelo llegó a la estación, se subió al tren acordado y se dirigió al destino donde ya tenía su vida planeada con ella.

No se volvieron a ver.

Mi abuelo entonces continuó su vida en Francia y en muchos otros lugares. Cuando decidió emigrar a América lo iba a hacer a Venezuela y una noche antes de partir, en las cervezas de despedida con sus amigos, coincidió con el cónsul de Brasil quien, entre trago y trago, lo convenció de irse mejor a ese gran país y le dio una visa. Así mi abuelo llegó a São Paulo.

Después de un tiempo juntó algo de dinero y empezó a buscar esposa. Como buen libanés, como buen judío, debía casarse con alguien cercano.

Por carta le mandaron la foto de una mujer libanesa de aceptable familia, como no era gorda y no bebía, decidió casarse con ella aunque solo sabía su nombre y había observado su semblante en una foto color sepia.

La recibió en el puerto de Río de Janeiro y al mes estaban casados. Mi madre nació al poco tiempo y su infancia y adolescencia la vivió en Brasil.   

Eran felices.

En 1983, cuando mi madre tenía 23 años y mi abuelo como 60, el sobrino de mi abuelo se casó en México y todos viajaron para la boda.

En la boda mi madre conoció a un joven cuyos padres también venían del Líbano y Francia, se enamoraron y cuatro meses después se casaron en el Distrito Federal.

Mi padre es el hijo de la novia aristócrata con la que mi abuelo materno no se pudo escapar.

En otras palabras, estos dos seres cuyo amor fue imposible a finales de los años 40 en Beirut, se encontraron 35 años después del otro lado del mundo casando a sus hijos.

Puedo ver tus pupilas dilatarse. Lo he visto cada vez que cuento esta historia. Te prometo que no se te olvidará.

Pero me rehúso a que aquí acabe mi escrito. Porque, aunque hermosa, aquí no termina la historia. Por primera vez pienso que tal vez aquí comienza.

Porque, aunque así es como mis papás me la contaron, no sé si los años coinciden, no sé si hubo una estación de tren, no sé si se trata de Damasco o Beirut, no sé exactamente cuál es la moraleja.

Hollywood diría que el amor entre el pobre y la aristócrata era tan fuerte, que, aunque ellos no pudieron consumar ese amor, su progenie no tenía de otra más que hacerlo. Gran parte de las películas tienen esta narrativa: el amor encuentra siempre la forma.

Como si el matrimonio de sus hijos consumara ese amor imposible y llegara a ser lo mismo. O tal vez aún mejor.

Esto es lo que hace a las pupilas dilatarse. Como si la despedida que nunca sucedió entre los novios en la estación de tren hubiera dejado una energía abierta y solo 35 años después, del otro lado del planeta, con otro idioma, en un mundo cambiado, esa energía pudo al fin cerrarse.

Para mi esta historia es verdad. Pero la escribo porque no es toda la verdad. La verdad va más allá de los hechos. La verdad no es una sola.  

A mí esta historia nunca me la contó mi abuelo materno, el pobre.
A mí esta historia nunca me la contó mi abuela paterna, la aristócrata.
A mí esta historia nunca me la contó mi abuela materna, la de la foto color sepia.
A mí esta historia nunca me la contó mi abuelo paterno, que por ahora no ha aparecido en la historia que yo decidí contar.

Esta historia nunca me la contaron mis padres más allá de su aspecto hollywoodense y nadie ha preguntado las preguntas que surgen. Todos asumimos el “vivieron felices para siempre” porque nos encanta ver y tener las pupilas dilatadas.

¿Realmente sucedió? ¿Realmente estaban enamorados? Entonces, ¿por qué él se fue sin ella? ¿Por qué ella no lo buscó más? ¿Realmente fue un tema de dinero? ¿Realmente pudieron pasar 35 años sin que uno supiera del otro? ¿Realmente nunca pudieron cerrar su energía o despedirse?

Las historias de Hollywood funcionan porque dejan fuera muchos detalles, porque son proyecciones lineales y superficiales del jugo de la vida. Casi como si no existiera la vida interior más allá de la atracción físico/amorosa y la consumación de ésta con un beso, una boda y el libro que se cierra al concluir la película.

¿Cómo fue el encuentro entre esas dos almas gemelas-no-gemelas 35 años después? ¿Quién se atrevió a contar la historia de ese amor a la familia? ¿Cuánto tiempo pasó para no poder comentar esa historia sino hasta más adelante? ¿Cómo se seleccionaron los detalles que se quedaron en la historia y cómo los que olvidaron?

En el proceso evolutivo de selección natural de esos detalles de la historia oral de la familia es dónde se encuentran las verdades que nunca podremos conocer. Cada vez que alguno de nosotros contamos la historia y omitimos detalles y agregamos otros, la verdad se crea y se recrea y nos dice cómo pueden o no ser nuestras historias de vida hacia el futuro. Por ejemplo, mi abuelo no llegó al puerto de Río de Janeiro, sino de Santos, pero es más romántico decir que estaba cerca de Copacabana.

¿Qué queda para nosotros, descendientes de esta historia de amor? ¿Cuáles son las energías abiertas y no consumadas que en esta generación o la próxima pedirán a gritos o a coincidencias insólitas cerrarse? ¿Qué secretos guardados en el corazón de mis abuelos se perciben en familia, pero no se saben? ¿Cómo se sienten mis padres, que a ellos les tocó consumar algo que no era de ellos?

¿Qué creencias sobre lo que es y no es el amor se viven hoy a través de los matrimonios y relaciones de los que nacimos gracias a ese amor no-consumado-consumado?

¿Con quién soñaban cada uno de mis abuelos? ¿Y qué significa soñar con alguien que no es la persona con la que compartes cama o las firmas en el acta de matrimonio?

Hollywood tendría mucho material para la película, para una serie de 10 capítulos inclusive. Y aún hay secretos que no se pueden revelar, porque ni siquiera los que los portamos somos conscientes de que los portamos. Energías no nombradas, lealtades invisibles, apegos a arcos narrativos simples que nos dan una semblanza de explicación y un mapa para el futuro. Pero a veces, los mapas también son cárceles.

¿Qué liberación y qué mazmorra es creer en el amor absoluto, en las almas gemelas, en el destino?

He vivido en la prisión de reducir a mis ancestros a versiones caricaturizadas y simples, como si fueran solo títeres del destino, lo que, aunque hermoso, es falso.

No es tanto lo que vivieron, pensaron o contaron. Es lo que sintieron lo que permanece en las generaciones. Es la multidimensionalidad de las emociones de nuestros ancestros lo que se va perdiendo y aplana nuestro presente.

¿Quién era mi abuela?
¿Quién era mi abuelo?

¿Quiénes son hoy y ¿cómo mi descripción de ellos me describe?
¿Quién es mi hija a sus cinco años que está tan atravesada por historias y energías no-nombradas?

¿Quién es mi mujer y quién es su hombre en la historia de amor dentro del amor absoluto?

 

Es 1949 y estoy en la estación de tren.

Victor Saadia