[Retiro] Hombres de Fuego_

Un círculo de hombres se reúne alrededor de un fuego. Es de noche. Se escuchan las cigarras.
Las nubes en el cielo se confunden con el humo que despiden los leños crepitantes, y ese sonido, el lento chasquido de las llamas, es lo único que existe.

Clap. Click. Tah.

Estos hombres se reúnen por primera vez. Pero el fuego y la oscuridad son demasiado familiares. Como si ya hubieran estado aquí.

En el silencio se escuchan cientos de conversaciones.

HombreUno no quita la mirada de la zarza incandescente. Entre pique y repique, entre el suave sonido que hace la brasa al caer del tronco principal, hombreUno escucha las últimas palabras que su padre no pudo decir. Al caer la siguiente brasa le murmura al fuego las palabras que nunca se atrevió a decirle de regreso, y en el naranja azulado que se mueve frente a sus ojos, hombreUno presencia el suave rostro de su padre al descenderlo bajo tierra. Al día de hoy han pasado dos años y ésta es la primera vez que hombreUno se atreve a mirar los ojos cerrados de su padre. Una suave humedad, la que ha estado ausente por más de dos años, ausente tal vez toda su vida, recorre su mejilla para limpiar mucho más que el humo que entra en sus ojos.

A su lado, el tronido del último leño le recuerda a hombreDos el portazo que le metió a su esposa para sacarla de su vida. El portazo que no solo cerró su matrimonio sino también su esperanza de poder amar y ser amado. HombreDos voltea a su alrededor porque sospecha que lo están observando por dentro, que su soledad es demasiado evidente y eso lo hace sentirse aún más solo, pero las demás caras están absortas en su propia conversación con las flamas.

Clap. Click. Tah.

¿Cómo puede ser que el dolor aquí no duela tanto? Este calor abraza.

Alguien eleva la voz y recuerda a todos que el fuego es el lugar donde nuestros abuelos se reunían. Alrededor del fuego llevamos bailando milenios y el lenguaje de estas llamas siempre se ha mezclado con el lenguaje de los hombres. No hay uno sin el otro.

Todos asienten. No hay que convencer a nadie de esta certeza.

Y todos sentimos la falta de fuego en nuestras vidas.

La palabra pasa de uno a otro sin tener que levantar la mano. Todos compartimos la misma distancia del centro. Todos sabemos que merecemos estar aquí. Aún los que estamos nerviosos porque percibimos que eventualmente nos tocará hablar y sabemos que diremos algo que nunca hemos dicho en voz alta.

HombreTres nos cuenta los días que pasó tratando de decidir si venir o no a esta reunión. Ahora que HombreDos habló, se da cuenta de que tomó la mejor decisión. Como si el fuego lo hubiera atraído a este momento para hacerle ver que llevaba meses evitándose a sí mismo y que ya no quiere seguir corriendo. “Ya no voy a correr” le dice al fuego equidistante.

Todos asienten sin mover la cabeza, sin abrir la boca.

Todos llevamos corriendo toda la vida.

Esta realización nos hace pausar. No solo es la prisa de la vida, es el mecanismo de escapar el que se ha vuelto nuestra naturaleza. Lo bueno es que esta noche el fuego nos regala la pausa. Nos deja descansar de nosotros mismos.

Click. Clap. Tah.

Siento a mi vecino temblar. Se suelta al descanso del fuego y tiembla. Pero no es frío, es el calor de la renovación.

¿Cómo puede ser que me sienta tan a gusto con estas cosas tan fuertes?

¿Cómo puede ser que me haya atrevido a compartir lo que acabo de decir?

No importa. El fuego se ha llevado mi resistencia. Se ha llevado mi vergüenza. Y me trajo rendición.

Ahora hombreCuatro se levanta, recoge unos leños frescos y los avienta con suavidad a la pirotecnia de nuestra vida. Intenta volverse a su lugar, pero se queda petrificado observando la llama que acaba de alimentar. No puede moverse.
En su mente, duda si hablar de su alcoholismo, duda si aventarse al fuego. Y la muerte segura que este fuego le traerá, le atrae. Y esa atracción lo petrifica aún más.

De pronto, alguien se le aproxima por la espalda y lo abraza. HombreCuatro cae en sus brazos con un sollozo que parece más un aullido. Los coyotes alrededor lo escuchan. HombreCuatro se desvanece más y más, y entre juramentos y perdones, entre susurros y arrepentimientos, el círculo de fuego lo sostiene con un silencio estoico.

Después de varias horas, minutos, años, hombreCuatro vuelve a su lugar en el círculo. Se sienta y se abraza como los demás. Hay una fuerza que nos eleva, que se inmiscuye debajo del lento balanceo de los que estamos sentados en el suelo y nos mecemos de atrás hacia adelante. Del pasado al futuro con la mirada enterrada en el presente.

La leña no termina. Parece que tenemos más energía que cuando llegamos. Como si estuviéramos naciendo, como si este mundo fuera realmente nuestra casa. Como si este círculo fuera el mundo real y todo lo que tenemos en casa, una máscara que portamos sin voluntad y sin presencia.

De pronto, alguien se levanta y convoca la fuerza de todos. Los detalles de su historia no importan. Lo que importa es la valentía con la que este humano se para en sus propios pies. Su voz no se entrecorta. Su mirada no está perdida. Parece tener la fuerza de dios.
El hombre se pone a gritar al viento palabras claras y cargadas de fuerza. Nadie se había sentido tan en casa con el grito de un hombre a pocos pasos de distancia. La vibración de sus cuerdas vocales denota que ésta es la primera vez que este hombre grita en toda su vida. Es el grito de alguien que nunca pudo gritar y que es lo único que necesitaba desde que era niño. Él necesita gritar, nosotros, escucharlo.

Este hombre está sanado.
Con sus arrugas y canas es un bebé que se da la bienvenida a sí mismo por primera vez.  Y es el fuego de estos hombres el que lo regresa a su lugar en el círculo de la vida.

En eso, un sabio comienza a tararear una canción no aprendida. Lo seguimos. Me sorprendo de poder cantar. Cantarle a mi cuerpo, a mi gente, a estos hermanos. Le canto a los que ya se me fueron, a los “yo” que ya no soy, a estas nubes que quiero seguir confundiendo con el humo de la hoguera.

Estas sílabas vienen del inicio de los tiempos. Sonidos guturales que cantan los bebés y los abuelos. Sonidos que emanan de estas llamas y transmutan la materia.

Estos hombres, aquí, en este presente, hemos acuerpado la voz del fuego, la hermandad de esta vida, la certeza de quiénes somos.

El fuego nos levanta, la madrugada es infinita.

Clap. Click.  Tah.

Clap. Click.  Tah.

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Te invito a que te unas al círculo de Hombres: HerManDad. El próximo Retiro será en Septiembre de 2024. Click aquí para más información.

 
Victor Saadia